El mordisco de ‘Drácula’ en Malasaña

Claes Bang, el ‘Drácula’ de Netflix

Dejo temporalmente el Barrio de las Letras porque por fin empieza la obra de la buhardilla. Con ella, la posibilidad de que muera mientras me ducho, al romperse el suelo y abrirse un boquete en mi baño que me transporte en segundos al piso del vecino del tercero, queda descartada.

Me da pena irme de Lope de Vega, pero pienso que en pocas semanas volveré y, por otra parte, me apetece la convivencia con Cris, responsable de que escuche en bucle a cantantes extradramáticas mexicanas.

Cris vive en Malasaña, al lado de La Tapería.

El primer día, mi amiga me compra pasta, gulas, queso blanco y aceitunas, y así logra que me sienta como en casa. Además, María cena con nosotras y arreglamos el mundo entre tortilla y tortilla de patata. El segundo día, al quedarme sola, fundo los plomos y, desvalida, veo anochecer desde el sofá del salón, sin ninguna luz. Me entristezco un poco y llamo a Cris unas noventa veces, también llamo al Pepe Botella, donde ella suele ir a corregir, y un camarero muy amable grita su nombre por todo el local, pero no la encuentra y me cuelga dejándome en la negrura. Me acuerdo de Edison y de Tesla. De nuevo el drama. Menos mal que afortunadamente todo acaba solucionándose. El tercer día, me hago pollo con arroz para cenar y ya no me acuerdo lo más mínimo de Huertas.

Las novedades de novela policíaca -muchas- ya están instaladas en la mesa azul de la salita, porque no hay que pasar por alto que esta existencia apacible transcurre sobre un fondo sangriento de crímenes ficticios y, antes de irme a dormir, leo Progenie. Feliz con mi sensación de comodidad, me digo a mí misma que soy una mujer muy fría.

Lo supero todo enseguida.

Bueno, todo no.

Con algunas cosas me he rendido a la hora de intentar dejarlas en el olvido, porque las necesito como el agua y aceptarlo, por fin, me tranquiliza.

Ahora duermo en una habitación sin claraboya, pero sí con balcón. La luz entra temprano (yo nunca corro las cortinas), oblicua, desde la calle estrecha con fachadas antiguas, de colores, lamiendo el suelo de parqué, y yo siempre tardó un poco en levantarme. Me gusta ese ratito vacío entre el sueño y la acción que, como un torrente, barre toda posibilidad de pensamiento reflexivo. Desde la cama escucho el barrio, que se despierta: las persianas de los bares y las tiendas de alimentación; las herramientas de alguna obra inevitable y muchas voces apagadas y simultáneamente alegres, infectadas por la primera hora del día; el sonido de un lugar pequeño inserto en el corazón de la ciudad.

Otro planeta.

El fin de semana vemos Drácula. Al principio nos gusta, luego no. Dos de sus tres episodios imitan la estética fascinante de la Hammer, y eso es lo mejor. El tercero lo estropea todo, pero aún así nos divertimos. La novela es una de mis favoritas.

Y la idea del mordisco, una tentación.

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