Empiezo a colaborar con El Periódico de España

A partir de ahora, también escribiré sobre crimen en El Periódico de España. Podréis encontrar mis textos en la sección de Cultura del diario. Espero que los disfrutéis.

El primero, un artículo sobre el Cozy Crime, una tendencia al alza:

«Se ha convertido en uno de los géneros más codiciados entre las editoriales y agencias participantes en la reciente Feria del Libro de Frankfurt. Sin embargo, aunque su arraigo literario en el panorama internacional es firme, en España no ha sido hasta estos últimos años cuando el cozy crime, algo así como «el crimen acogedor», ha empezado a ganar adeptos y ha despertado el interés de algunos de los sellos y colecciones de novela negra con más prestigio de nuestro país. Pero ¿puede el crimen ser amable o, por lo menos, ser narrado desde una perspectiva dulcificada y presidida por el sentido del humor?»

Lee el artículo completo, clica AQUÍ.

Susana Martín Gijón: «Echo de menos personajes femeninos más normales»

Susana Martín Gijón fotografiada por José Manuel Romero

Las madres lo guardan todo y la de Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981) no es una excepción, así que un día le enseñó a su hija un cuaderno que la escritora, una de las voces más populares de la novela negra actual, no recordaba, aunque era suyo. Lo había utilizado cuando era niña y estaba lleno de palabras. Tal vez en esas páginas de trazos infantiles empezó a gestarse la semilla de Annika Kaunda y Camino Vargas, las protagonistas de sus dos series literarias más conocidas, plagadas de crímenes y misterios… tal vez allí y también en los veranos en Sevilla, donde Martín Gijón, ahora una incansable trabajadora del lenguaje, convencida de que incluso hasta las reseñas más destructivas esconden algo que aprender, arramblaba con la biblioteca de su abuela, en la que inició sin saberlo un viaje que habría de llevarla, en una de sus paradas más dulces, hasta Alfaguara, la editorial de sus tres últimas novelas, que han sido tres éxitos: Progenie, Especie y la más reciente, Planeta.

—¿Por qué es en el género negro donde se siente más cómoda? 

Porque lo conozco desde bien pequeñita. A mi abuela le encantaba Agatha Christie y también Sherlock Holmes, pero sobre todo Agatha. También mi madre se empeñó en que leyéramos y, envolviendo las visitas en juego, nos llevaba todas las semanas a la biblioteca. Siempre nos dio plena libertad para elegir nuestras lecturas. Así fue como me aficioné al género. Primero a la novela detectivesca, de enigma… y luego, algo más tarde, al noir más puro de Chandler o Hammett.

—¿Soñaba ya entonces con ser escritora? 

No, no lo tenía tan claro, aunque siempre me gustó mucho leer y escribir, desde el principio. Sin embargo, hasta los 30 años, que fue cuando acabé mi primera novela, sólo escribí para mí, sin plantearme mostrar mi trabajo al público.

—Si hablamos de su primera novela, hablamos de la oficial de policía Annika Kaunda. 

Eso es. El primer título de la serie es Más que cuerpos.

—¿Cómo surgió el personaje de Annika?

Pocos años después de la crisis de 2008 me quedé en el paro. Entraba en la treintena y me planteé qué quería hacer con mi vida. De las crisis surgen las oportunidades y aproveché mi año de desempleo para escribir una novela. Me lo tomé como un reto. Así nació Annika.

—Y después de Annika, la inspectora Camino Vargas, protagonista indiscutible de Progenie, Especie y Planeta. Con ella, su trayectoria se consolida. ¿Cómo definiría su voz? 

¡Qué difícil es definirse a una misma! Mis historias respetan la estructura del thriller actual —capítulos cortos, mucha acción, texto ligero, relato adictivo— pero, al mismo tiempo, en la línea del género más clásico, contienen un gran poso social. También me gusta mucho bucear en la mente humana, profundizar en la psique de mis personajes.

—Es verdad que cada una de las novelas de la trilogía aborda un tema no sólo socialmente llamativo, sino también muy actual. ¿Cómo los «mezcla» con el crimen y qué herramientas utiliza más allá de los asesinatos para interesar al lector?

La novela negra más tradicional recurre a la violencia o la corrupción. Son comportamientos  inherentes al ser humano y nunca desaparecerán, pero yo prefiero acercarme a otros temas sociales más actuales y menos abordados desde el prisma de la narrativa policiaca. En Progenie son los modelos de familia y los diferentes tipos de maternidad; en Especie, el animalismo, el veganismo, la experimentación con animales y el estado de la industria alimentaria; y en Planeta, el cambio climático.

Luego, de forma transversal, reflexiono sobre otros aspectos de nuestra época, como la influencia y el manejo de las redes sociales, pero los tres temas que le he mencionado, como núcleos respectivos de cada uno de los tres títulos de la trilogía, son mi obsesión y la ficción me permite incorporarlos a la trama, mostrárselos al lector de forma inesperada y estimular la reflexión.

—Tal y como me lo cuenta, imagino que el trabajo previo a la escritura será arduo.

Me documento mucho, aunque no todo lo que leo o reviso acabe apareciendo explícitamente en el texto que escribo; y también busco expertos en las materias que analizo. Así lo hice, por ejemplo, para describir la planta química que aparece en Planeta. Hasta que no domino bien un tema, no empiezo a fabular sobre él. Fabulo solo a partir del conocimiento exhaustivo.

—Y todo esto sin renunciar a la sangre. Basta con leer las primeras páginas de Planeta para preguntarse de dónde saca unos crímenes tan atípicos.

Si le digo que los encuentro en mi mente, ¿suena muy perverso?

—O sea, que los inventa usted… ¿cultiva su imaginación en esa dirección para que «criminalmente hablando» sea cada vez más fértil?

Podría decirse así —ríe—. Paseo, me tumbo en el sofá… y la novela está en marcha en mi cabeza, una gran parte del proceso es interior.

—¿Hasta el punto de concebir la realidad en clave de crimen?

No, no hasta ese punto, aunque sí que es cierto que me fijo en algunas noticias y cosas por el estilo, pero no voy pensando siempre en lo mismo. Solo me pasa cuando estoy en el proceso obsesivo de creación de la novela, inmersa en ella. Esa parte me fascina. La tramas de este tipo exigen eso, son muy complejas y no permiten ningún cabo suelto.

Más normalidad

—Usted que la vive desde dentro, ¿echa algo de menos en la ficción criminal contemporánea?

Vivimos un momento en que se puede encontrar muy buena novela negra no sólo internacional, también española. Me gusta que las editoriales estén apostando por ella, pero lo que sigo encontrando son clichés.

—¿Por ejemplo?

Parece que, con incorporar a la trama una mujer investigadora, el éxito está garantizado y no es así. El resultado de esta tendencia es que, para aprovechar el tirón, están surgiendo muchos personajes femeninos sin pies ni cabeza, carentes de atributos reales y reconocibles. Echo de menos personajes femeninos más normales.

—¿Crees que el noir se ha convertido en esclavo de las modas?

No sé si lo será más que otros géneros, pero está claro que muchos autores se limitan a reproducir lo que ven que funciona y eso priva de frescura y aportaciones nuevas e interesantes al género policiaco.

—¿Todo el mundo se cree que puede escribir novela negra?

Algo tendrá cuando escritores consolidados y con mucho prestigio, que no necesitan ventas para nada, lo intentan también. Sin embargo, para mí no es un género fácil, porque a los elementos y obstáculos habituales presentes en cualquier otro tipo de narrativa hay que añadir el juego del gato y el ratón con el lector. De todas formas, y a pesar de los prejuicios que aún existen, la novela negra, poco a poco, está alcanzando el lugar de prestigio que merece.

Entrevista sobre ‘Las manos tan pequeñas’

Mil gracias a Javier Morales por esta entrevista para El asombrario sobre Las manos tan pequeñas, una de las más interesantes que me han hecho. La foto es de Luis Gaspar, el mejor.

Pinchando AQUÍ o sobre la imagen, podéis leerla completa. A continuación, un fragmento:

«Olivia no es un narrador muy fiable. 

De hecho, la novela se dirige a Gonzalo, pero puede que nada de lo que cuenta sea verdad. Yo quería jugar con el concepto de la verdad y, sobre todo, de la verdad en la literatura, que curiosamente nos sirve para sincerarnos. He dicho cosas más sinceras en «Las manos tan pequeñas» que en persona. El obstáculo mayor para un escritor es ser capaz de ser honesto consigo mismo y de contarlo. Creo que esta es mi mejor novela, porque por primera vez he sido honesta conmigo misma».

“Las manos tan pequeñas”, nominada a mejor novela en Valencia Negra

Portadas de los finalistas

“Las manos tan pequeñas” opta al Premio a la Mejor Novela de la décima edición del festival Valencia Negra, junto con otros cuatro títulos de novelistas que convierten el hecho de estar nominada ya en una victoria.

Además, son los lectores quienes, con su voto, eligen el título ganador. Si quieres participar con el tuyo, puedes hacerlo pinchando AQUÍ.

Ya podéis adelantar la compra de mi nueva novela, ‘Las manos tan pequeñas’

A la venta el 23 de marzo

Presentaciones:

Cervantes y compañía – Madrid – jueves 24 de marzo – 19:30h

Ramon Llull – Valencia – jueves 31 de marzo – 19:00h

Queda muy poco para que Las manos tan pequeñas, mi nueva novela, salga a la venta. Será el próximo 23 de marzo, pero, tanto si vivís en Madrid como si no, ya podéis adelantar la compra en la web de la librería Cervantes y compañía. Todo el que adquiera su ejemplar por este canal se lo llevará con dedicatoria incluida y los 50 primeros recibirán además un pequeño obsequio.

COMPRA TU EJEMPLAR PINCHANDO AQUÍ

Han pasado ya algo más de tres años desde que, al volver de Japón, empecé a trabajar en esta historia sobre el asesinato de Noriko Aya, la bailarina más famosa del mundo; un crimen que lleva a la popular escritora de novela negra Olivia Galván y al diplomático Gonzalo Marcos a recorrer Tokio en busca no solo de la identidad del asesino, sino también en busca de su propia verdad y de todas las sombras que acompañan a Olivia.

No podemos huir de nosotros mismos.

De eso trata también este libro que, sin abandonar el género, es sin duda mi texto más íntimo; una reflexión sobre el deseo y su capacidad para dirigir nuestra voluntad más allá de toda precaución.

Y por ahora paro ya, que no quiero desvelar todas las cartas tan deprisa.

Comparto aquí (¡por fin!) la preciosísima portada.

Seguiremos informando.

23 de marzo, Las manos tan pequeñas. En HarperCollins Noir.

Manuel Ríos San Martín: «El thriller es la excusa»

Manuel Ríos firmando ejemplares de su nueva novela en Cervantes y compañía

Manuel Ríos San Martín (1965) está leyendo Una historia natural de la humanidad y, antes de despedirse, me pregunta por La vida contada por un sapiens a un neandertal. Como lo tenemos, no duda en comprarlo. Durante el rato que pasamos juntos en la librería y que dedicamos principalmente a charlar sobre su título más reciente, Donde haya tinieblas (Planeta, 2021), una intriga que comienza con la extraña desaparición en Madrid de la jovencísima modelo rusa sin ombligo Karolina Mederev, Manuel me habla de su debilidad por el ensayo, de los tres enclaves religiosos que ha elegido para ambientar su nueva ficción criminal, en la que lo espiritual y lo mundano se funden en un perfecto equilibrio, y de un paisaje social, el actual, que ha obligado a los hombres de su generación a replantearse muchas cosas.

Con una brillante trayectoria profesional como guionista de televisión, en la que destacan títulos como Médico de familia o Compañeros, y una exitosa segunda novela, La huella del mal (Planeta, 2019), en la que rastreó el origen de la maldad humana por los sombríos escenarios de la prehistoria, Ríos San Martín nos presenta en Donde haya tinieblas a los investigadores Juan Martínez y Nuria Pieldelobo, y con ellos nos sumerge en un universo de extremos y choque generacional en el que la tensión no decae en ningún momento.

—¿Cómo surge la idea de Donde haya tinieblas? Meses antes del confinamiento me invitaron a dar una conferencia en Ávila y me quedé allí a dormir. Al día siguiente, dando un paseo por la catedral, descubrí que en el claustro tenían una exposición que mezclaba hechos políticos y hechos religiosos de la historia de la humanidad, y había una parte que trataba de la prehistoria…

—Una de sus etapas favoritas, como queda claro en su novela anterior, La huella del mal Exacto. En la exposición se mencionaba el pecado como el origen del mal e inevitablemente se citaba el Génesis, y se me ocurrió que, si en mi libro anterior había tratado yo mismo el concepto del mal pero desde un punto de vista biológico, podría resultar interesante abordarlo ahora desde esa perspectiva religiosa del pecado. Me pareció una buena manera de retomar uno de los temas fundamentales de la novela negra, pero desde un ángulo muy distinto al de La huella…

—Así que primero elige sobre qué reflexionar y luego inventa una trama. Eso es. Siempre escribo para contar algo más que el argumento evidente a simple vista, para mí el thriller es un poco la excusa, lo que engancha al lector, aunque en este caso la trama surgió muy rápido: del pecado original salté al Génesis, que es una relación de las numerosas oportunidades que Dios da a los hombres, de su perdón continuo, de su infinita misericordia. Revisé episodios como el del árbol de la fruta prohibida, el momento en el que Caín mató a Abel o las peripecias de Noe durante el diluvio… y comprendí que detrás de toda aquella carga simbólica se escondía una historia.

Martínez y Pieldelobo

—Y para protagonizarla eligió a la treintañera Nuria Pieldelobo y el cincuentón Juan Martínez, ambos miembros de la UDEV (Unidad de Delincuencia Especializada y Violencia). Seguro que ya se lo han dicho, pero no me resisto a decírselo yo también: él me recuerda mucho a usted. Efectivamente, me lo dicen mucho, pero él es mejor persona que yo. Compartimos la parte más familiar, pero yo soy más cañero.

—Hombre, Martínez es bastante cañero… sí, pero lo es a su pesar, porque quiere llevarse bien con todo el mundo.

—Con esos apellidos tan neutros, inspector Martínez Gutiérrez, he pensado más de una vez durante la lectura que su personaje es una metáfora con la que pretende retratar al hombre de su generación y el complicado lugar social en el que actualmente se encuentra. Gracias a mi trabajo y mi gusto por las redes sociales, creo que soy más moderno que los amigos que tengo de mi edad, porque muchos de ellos, aunque lo intentan, no logran entender este mundo, y eso me produce ternura. Así es Martínez, que trata de estar a la altura de las nuevas tecnologías y comprender a sus hijos, comprender a Nuria Pieldelobo; pero yo no soy así.

—¿Cree que en la actualidad tendemos a culpabilizar al hombre de más de 50 por su manera de pensar y comportarse? Esa es una cuestión muy polémica. Volviendo a Martínez, consciente de que no ha hecho grandes cosas por erradicar el patriarcado, se esfuerza por aprehender el discurso de Nuria Pieldelobo, que es completamente su opuesto. Sin ella la novela no funcionaría. Muchas de sus reflexiones están inspiradas en conversaciones con algunas de mis mejores amigas, que me han hecho ver con otros ojos la realidad de las mujeres. En cualquier caso, creo que nadie tiene la verdad absoluta: hay valores censurables en la esencia de mi generación, por supuesto que sí, pero también hay otros que merecen la pena; y lo mismo ocurre con los millennials. Lo importante es ser capaces de llegar a entenderse. Ese es uno de los mensajes de la novela.

—¿Cómo se le ocurrió esta pareja protagonista? Apareció. Siempre escribo el arranque de mis intrigas del tirón, así es como doy con el tono del relato, y esta vez me salieron 40 páginas casi sin pausa y un tono que me desconcertó. No sé por qué empecé escribiendo «Las redes sociales son una mierda», pero el caso es que a la editorial le gustó aquel principio y continué. Cuando avancé un poco más en la narración de la desaparición de Karolina, revisé lo que llevaba escrito para poner a prueba la verosimilitud de la novela y yo me la creí.

—El personaje de Karolina introduce en el texto, como contrapunto a lo religioso, todo lo relativo al mundo de la moda y las redes sociales. ¿Cómo consiguió que dos realidades tan diferentes empastaran tan bien? Hubo un momento en que llegué a pensar que tenía entre las manos dos historias distintas, pero luego comprendí que se trataba de una novela de dicotomías, de contrastes, en la que no solo los temas de fondo chocaban, sino también las personalidades de Martínez y Pieldelobo, como comentábamos antes. Que Karolina Mederev fuera una modelo famosa, además de regalarme un fantástico arranque de la acción, me permitió enfrentar a lo espiritual la frivolidad del mundo de la moda y dar espacio a las redes sociales, que hoy en día, en cualquier investigación, son ineludibles. No podemos ignorar los móviles y las redes, aunque eso haga el relato del crimen aún más difícil.

—Y en la construcción de ese relato, ¿qué es lo que siempre incluye y qué lo que a toda costa intenta evitar? Procuro, sobre todo, no aburrir, y lo hago cuidando mucho la estructura y el avance de la historia, así como el perfil de los personajes, que debe guardar relación con los temas principales de la ficción que lleve entre manos. Y lo que siempre intento incorporar a mis tramas es la emoción, la emoción no puede faltar nunca.

Arantza Portabales: “Vivimos en una sociedad en la que nadie asume públicamente sus culpas”

La escritora Arantza Portabales (San Sebastián, 1973)

Se define como “una señora de provincias que viene de hacer lasaña en la Thermomix” y, mientras me resume brevemente su trayectoria, me alegra que ella inaugure este ciclo de entrevistas veraniegas en primera persona, porque a su sucinta descripción de sí misma, detrás de la palabra “Thermomix”, yo añadiría el adjetivo “extraordinaria”. Y es que Arantza Portabales no puede esconder su excepcionalidad durante demasiado tiempo. Basta con escucharla hablar sobre su nueva novela, La vida secreta de Úrsula Bas, tan solo unos minutos, para darse cuenta de que esta mujer de conversación inteligente y melena larguísima, que compagina su trabajo como interventora con el de escribir historias plagadas de misterio, es todo menos corriente y en su interior esconde uno de esos mundos complejísimos en los que conviven en perfecto equilibrio las luces y las sombras, y apetece perderse sin escatimar las horas.

Autora de los libros de narrativa breve A celeste la compré en un rastrillo (2015) e Historias De Mentes (2020), Portabales vio como su carrera, salpicada de premios y reconocimientos, se consolidaba cuando la editora María Fasce se la llevó a Lumen para publicar la traducción del gallego al castellano de Deje su mensaje después de la señal (2018), una novela coral, protagonizada por cuatro mujeres enganchadas a un contestador automático. Después llegó el noir y la puesta en órbita, con Belleza roja (2021), de dos personajes muy atractivos y nada maniqueos: el comisario Santi Abad y la joven policía Ana Barroso, ambos también eje central de La vida secreta…, donde tendrán que dar con el paradero de Úrsula Bas, una afamada escritora con amplia presencia en las redes y una vida perfecta, al menos en apariencia, que una tarde se desvanece sin dejar rastro, como un fantasma, en las calles de Santiago de Compostela.

“Vivimos en una sociedad de gente muy sola, que necesita que le hagan caso”, y eso no significa que no tengamos a nadie sentado a nuestro lado en el sofá, significa que a menudo la compañía física no viene de la mano de la compañía espiritual, lo que equivale a un buen puñado de almas solas y vulnerables, muy fáciles de atrapar por aquellos que solo pretenden hacer daño.

LA CRISIS, LA ADRENALINA Y EL MIEDO

—¿Cómo llegó a la novela policiaca? Llegué leyendo. Descubrí en mis primeras lecturas a Los Hollister y a Agatha Christie y, aparte de su carácter adictivo, me sentí fascinada por unos textos formalmente simples, pero psicológicamente muy complejos. Además, a mí el género negro me sosiega. Después de Deje su mensaje…, necesitaba escribir algo que no me exigiera tanto a nivel emocional, y eso el noir me lo permitía, aunque sólo hasta cierto punto, porque los lectores me han hecho ver que mi voz de autora se reconoce en cualquiera de mis obras, no importa lo que escriba, ya que me encanta y no puedo evitar meterme en la mente de mis personajes y explorarla al máximo. Me gusta más contar desde dentro que desde fuera.

—Al conocer a Úrsula Bas es imposible no pensar en usted, también escritora de éxito. ¿Se identifica con ella? Con ella y con cada uno de mis personajes, aunque a la vez todos tienen un punto universal, que permite que el lector se conmueva y se reconozca en sus perfiles. Úrsula Bas se encuentra en un momento existencial importante, en el que ha decidido que quiere vivir como si fuera a morir mañana; una sensación que hemos experimentado todos, desde la señora que empieza a patinar con 45 años, porque se encapricha de un patinador, al señor que, con esa misma edad, se compra un Porsche; es un momento en el que nos exigimos sentirnos vivos y que siempre llega al volver la vista atrás y comprobar que el principio del camino queda tan lejos que ya no se ve.

—Una situación emocional que comparten varios protagonistas de La vida secreta… Es que yo creo que vivimos en un constante punto de inflexión, con carácter general y afortunadamente, porque sería terrible que nuestra vida fuera una repetición eterna de cosas que no nos aportan nada. Hay que vivir de verdad, hay mucha gente que camina dormida, pero la pandemia nos ha dejado esto muy claro: nos ha hecho ver que no queremos estar quietos.

—Visto así, hasta le encuentro cierto atractivo a la crisis individual permanente. Sí, si tiene un punto de revulsión. Sin su depresión, Úrsula Bas no se hubiera convertido en escritora y, sin ciertas experiencias clave de mi vida, yo tampoco lo habría hecho. Cuando somos jóvenes, actuamos por impulsos, convencidos de que la sabiduría nos llegará sin esfuerzo en la edad adulta. Sin embargo, conforme vamos envejeciendo, nos damos cuenta que no somos sabios ni tampoco ya capaces de actuar de esa manera impulsiva que tan fácil nos resultaba en la juventud, y esto es terrible. La crisis, la adrenalina y el miedo están para hacernos correr, saltar y seguir vivos.

“EL MALO SOY YO”

—Cuénteme como nacen Abad y Barroso. Cuando escribí Belleza roja, la planifiqué al milímetro y tenía claro que contaría con un único investigador, Santi Abad, que iba a caerme muy mal y sobre el que no iba a descansar el peso de la investigación. Pero, de repente, un día, mientras estaba escribiendo, en el despacho de Abad entró Ana Barroso y descubrí que la necesitaba: era un personaje fresco, dinámico y con ganas, y, por supuesto, imprevisto. Lo que multiplicó mi sorpresa es que, además, iniciaran una relación personal, sobre todo porque Abad es un hombre muy gris, que a mí misma no me gusta y con muchísimos demonios.

—Sí, pero aún así logra que se empatice con él. Es verdad. He conseguido que los lectores conecten y empaticen con quien no se debe.

—Con un policía que, en su vida privada, es un maltratador. Exacto, y eso que, en esta segunda entrega de la serie, Abad ya ha tomado las riendas de su problema y hace algo bien: comprender que la culpa está en él y no en las situaciones que genera; asume la responsabilidad del problema, algo dificilísimo, ya no en el caso de los maltratadores, que también, sino en el del sistema. Vivimos en una sociedad en la que nadie asume públicamente sus culpas… y es en un contexto así donde Abad acepta la suya y dice: “el malo soy yo”. En este sentido, tenemos mucho que aprender de él.

—¿Por qué eligió el maltrato como el pecado de Abad? Primero, porque es un tema que me interesa y, tristemente y dada su actualidad, interesa en general, tanto el maltrato físico como el psicológico; y, segundo, porque buscaba un problema contra el que mi personaje pudiera luchar. La mente es una gran desconocida, para la que no hay normas. Eso sí, no creo en la redención ni por amor ni por bondad.

—Lo que más me sorprende es ese “por amor”. Aunque parezca mentira, siempre hay alguien dispuesto o dispuesta a querer a los malvados… Recuerde la fantástica Tenemos que hablar de Kevin. No se me ocurre mejor ejemplo. Hasta la persona más horrible del mundo tiene alguien que la quiere, por lo general su madre —aclara riendo—. Y luego está lo mucho que nos atrae el mal.

LA DESTRUCCIÓN DE LA TRAMA

—¿Cómo construye las tramas? Sería mejor decir que las destruyo —vuelve a reír—. Me viene la idea a la cabeza a partir de las cosas que me pasan. En el caso de Úrsula B., yo misma he creado algunos vínculos de amistad por Internet y me ha sorprendido la intensidad de las relaciones establecidas a través de las redes y el WhatsApp, algo posible porque la distancia que te permiten estos canales facilita la evolución y la rápida intimidad de las relaciones. Por otro lado, yo quería hablar en esta novela de la crisis existencial. En Belleza roja exploré mucho el tema de la culpa y aquí quería profundizar en el hecho de que alguien a veces se cree feliz y no lo es, y de como ese estado nos anima a imponernos sobre el miedo, como le pasa a Úrsula Bas, y a caminar por la vida sin red.

—Más allá de los temas, yo definiría su forma de narrar como muy honesta, no es de esa clase de novelistas de intriga que llegan a la conclusión de sus misterios como el mago que saca un conejo de la chistera y eso es muy de agradecer. Una premisa fundamental de mi literatura es no mentir al lector y mostrarle la verdad en cada línea, aunque él no sea capaz de verla.

—¿Y qué diferencia su estilo? ¿Qué aporta Arantza Portabales a la novela negra? Creo que las historias están todas contadas, pero cada uno las contamos de forma distinta. Yo las cuento desde dentro, con una voz del siglo XXI, con una voz de mujer y, muy importante, no cuento historias de mujeres, cuento historias de personas. No me muevo muy bien por las geografías físicas, pero lo hago fenomenal por las geografías humanas. Analizo bien los sentimientos, me gusta golpear en la barriga al lector y que, cuando cierre un libro mío, piense cuánto hay de él en esas páginas.

El futuro

La pandemia divide a la humanidad entre observadores y víctimas. Sobre los primeros, pende el miedo constante a cruzar al otro lado y caer enfermo o perder a alguien. Sobre los segundos, se impone el dolor, que siempre trae con él una dramática y prolongada ceguera. En estas circunstancias, pensar en el futuro, imaginar siquiera qué es lo que estamos haciendo mal y qué condicionará el escenario que, aunque ahora nos parezca mentira, tendrá que venir, invariablemente nos hace sentir culpables.

Se clava una punzada en el corazón.

Y yo me despierto de la siesta para recordarme que no he escrito hoy.

Odio este tiempo. Le pertenezco y, a la vez, lo analizo con aversión. Ha sacado lo mejor de las voces anónimas y lo peor del cien por cien de nuestros líderes. Aunque ¿quién sirve para liderar el hundimiento? ¿Quién para comprender que, quizás, la única posibilidad de supervivencia pasa por hundirse primero para salir a flote después? Como en el caso del coche que cae al mar en un accidente: para salvarse y poder nadar hasta la superficie es necesario aguantar en el interior hasta que el vehículo toca fondo y se llena de agua, de lo contrario la presión no dejará abrir ninguna puerta… y moriremos.

Pero yo no sé nada, solo que no he escrito hoy.

Así que tomo decisiones. Detecto a los culpables de este bloqueo que empieza a ser preocupante y solo se suaviza cuando leo; cuando leo, me concentro.

Devoro La noche de plata, de Elia Barceló, y entre sus páginas me olvido de una angustia que poco tiene que ver con el virus y mucho con las mil cosas que, afortunadamente, pueblan mi cotidianidad, tan llena incluso en este semiencierro, sellado con la lluvia y el zumbido de los helicópteros, que nos están trastornando a todos.

Soy afortunada, pero mi vida debe quedarse desnuda, hay que podarla de lo prescindible; vaciarla del ruido, como si se tratara de una pista de audio en el montaje de uno de esos podcast tan de moda. La situación exige ser implacable.

El mordisco de ‘Drácula’ en Malasaña

Claes Bang, el ‘Drácula’ de Netflix

Dejo temporalmente el Barrio de las Letras porque por fin empieza la obra de la buhardilla. Con ella, la posibilidad de que muera mientras me ducho, al romperse el suelo y abrirse un boquete en mi baño que me transporte en segundos al piso del vecino del tercero, queda descartada.

Me da pena irme de Lope de Vega, pero pienso que en pocas semanas volveré y, por otra parte, me apetece la convivencia con Cris, responsable de que escuche en bucle a cantantes extradramáticas mexicanas.

Cris vive en Malasaña, al lado de La Tapería.

El primer día, mi amiga me compra pasta, gulas, queso blanco y aceitunas, y así logra que me sienta como en casa. Además, María cena con nosotras y arreglamos el mundo entre tortilla y tortilla de patata. El segundo día, al quedarme sola, fundo los plomos y, desvalida, veo anochecer desde el sofá del salón, sin ninguna luz. Me entristezco un poco y llamo a Cris unas noventa veces, también llamo al Pepe Botella, donde ella suele ir a corregir, y un camarero muy amable grita su nombre por todo el local, pero no la encuentra y me cuelga dejándome en la negrura. Me acuerdo de Edison y de Tesla. De nuevo el drama. Menos mal que afortunadamente todo acaba solucionándose. El tercer día, me hago pollo con arroz para cenar y ya no me acuerdo lo más mínimo de Huertas.

Las novedades de novela policíaca -muchas- ya están instaladas en la mesa azul de la salita, porque no hay que pasar por alto que esta existencia apacible transcurre sobre un fondo sangriento de crímenes ficticios y, antes de irme a dormir, leo Progenie. Feliz con mi sensación de comodidad, me digo a mí misma que soy una mujer muy fría.

Lo supero todo enseguida.

Bueno, todo no.

Con algunas cosas me he rendido a la hora de intentar dejarlas en el olvido, porque las necesito como el agua y aceptarlo, por fin, me tranquiliza.

Ahora duermo en una habitación sin claraboya, pero sí con balcón. La luz entra temprano (yo nunca corro las cortinas), oblicua, desde la calle estrecha con fachadas antiguas, de colores, lamiendo el suelo de parqué, y yo siempre tardó un poco en levantarme. Me gusta ese ratito vacío entre el sueño y la acción que, como un torrente, barre toda posibilidad de pensamiento reflexivo. Desde la cama escucho el barrio, que se despierta: las persianas de los bares y las tiendas de alimentación; las herramientas de alguna obra inevitable y muchas voces apagadas y simultáneamente alegres, infectadas por la primera hora del día; el sonido de un lugar pequeño inserto en el corazón de la ciudad.

Otro planeta.

El fin de semana vemos Drácula. Al principio nos gusta, luego no. Dos de sus tres episodios imitan la estética fascinante de la Hammer, y eso es lo mejor. El tercero lo estropea todo, pero aún así nos divertimos. La novela es una de mis favoritas.

Y la idea del mordisco, una tentación.