Nosotros somos el idioma.
Por eso resultará imposible definir esta noche el brillo de las estrellas sobre el mar (un paisaje tan fácil)
o aceptar sin dolor la forma en que me dices que ya no volverás a verme.
Será difícil afrontar este día en el que ha salido el sol, carente de toda lógica.
Porque no existe la palabra maestra.
Se trata de eso y nada más.
Aunque no nos rindamos y busquemos algo que salvar entre los escombros del incendio,
aunque me acuerde de las caricias y de la sangre,
nada se podrá hacer.
Incluso durante esa búsqueda compartida cada uno hablará su propio lenguaje.
Y no tardará en volver el fuego.
Bastará con que una tarde permanezcas en silencio
o decida yo, una mañana de este otoño inminente,
reclamar lo que tú no quieres darme.
Aún así seguiremos: únicos habitantes de nuestras complejas geografías,
dos civilizaciones asoladas por calamidades y plagas durante siglos,
supervivientes de una historia sencilla hasta el extremo,
basada en la simple combinación de construir y derribar.
Me gustaría decir: “yo te querré siempre”
o: “no tengas ningún miedo”,
pero, aunque te lo dijera,
aunque lograra formular mi deseo en voz alta,
tú no lo entenderías.
Porque la palabra maestra no existe
y ninguna obra se da por terminada si no se convierte en ruinas.