Los nombres de las cosas

Pájaro posando en El Retiro a las nueve de la mañana

Vuelvo de Palma con la alegría de haber conocido a un buen puñado de mujeres interesantes y, en el avión a Madrid, a pesar de las turbulencias que aproximadamente cada dos o tres minutos me recuerdan la inminencia de la muerte —por mucho que dure, la vida siempre es corta—, me siento afortunada. Menos dinero, tengo de todo: vivo en la ciudad que quiero; mi familia consume los días volcada en Rafeta y en la cada vez más cercana llegada de Pablo; y me dedico a lo que más me gusta.

Escribo sin cesar.

Aparte de consumir gran parte de mi tiempo escuchando Dinamita.

A las ocho y media de la mañana, gracias al incentivo de Michi, que promete invitarme a desayunar cuando terminemos, nos encontramos en el Retiro para correr y, como me canso antes que ella —siempre me canso antes que ella y luego desayuno mucho más—, mientras mi amiga termina su carrera, yo mato el tiempo paseando cerca del estanque y haciendo fotografías. Fotografío un pájaro que sobrevuela el embarcadero y pienso en el encuentro del día anterior, en la plaza de Platería y en cómo algunos acontecimientos de apariencia insignificante adquieren inmediatamente el estatus de recuerdo y, al producirse, amplían el plano de la existencia entera para que la apreciemos en su justa dimensión.

¿Cuántos caminos se trazan y cruzan en toda una vida?

¿Cuántos se diluyen?

¿Qué nos empuja una y otra vez a ser valientes a pesar de lo sufrido y evita que nos retiremos a lamernos las heridas?

Sons de Nit. Palma de Mallorca, 2019. Charla sobre mujeres y cultura con Lucía Lijtmaer e Imma Turbau

En la charla con Lucía e Imma en Can Balaguer, hablamos de las cosas más peligrosas, que son aquellas que no tienen nombre; las que, al ser inmencionables, no se pueden ver.

Las cosas invisibles, que crecen salvajes como algas y nos acarician los pies.

De repente, cambio de opinión sobre la conveniencia del peligro.

Y decido abrazarlo con la confianza que suelo concederle a la oportunidad.

Decido no temer a las cosas sin nombre, al menos hoy.

Si sale mal, «mañana será otro día».

Está anocheciendo en Madrid y empieza a chispear, pero yo estoy en muchos sitios a la vez. Las gotas golpean la claraboya de mi habitación, sobre la cama desde la que escribo; y entiendo al cielo, cargado del calor de este verano repleto de emociones desconocidas, de las que no quiero ni puedo desprenderme, y a las que intento comprender para que no me arrastren, para que no se rompa mi presa imaginaria, de contención.

Y entonces lo envidio.

Envidio al cielo.

Yo también tendría que llover.

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