Me levanto a las seis de la mañana para volar a Palma y descubro que, ahora que tengo uñas, mientras duermo, sin darme cuenta me araño la piel.
Leo a Deborah Levi. Escribe que la duda «es el intento de derrotar al deseo» y escribe también que, «con una voz fría como el hielo», la emoción se transmite mejor.
Yo no dudo.
Y me temo que incumplo todas sus normas, pero me gusta su autobiografía, porque no emite juicio alguno, sólo se esfuerza por comprender. Revisa la experiencia, un concepto tan amplio que ha sido manoseado y exprimido por los gurús del marketing y también por los poetas. Todo el mundo me ha hablado de la experiencia alguna vez y, con el tiempo, he aprendido que únicamente nuestro instinto es capaz de hacer útil lo que ya hemos vivido antes.
Somos animales que avanzan a tientas en la oscuridad y en mi noche, de repente, se ha instalado la calma.
Mis últimos años han crecido arropados por una historia invisible y una pérdida. Las dos me han hecho sufrir, pero son diferentes: la pérdida ha ido suavizando su ataque con el tiempo y, cuando vuelvo la mirada hacia ella, lo que veo es el escenario de una doma concluida: no se marchará, pero obedecerá mis órdenes. La he encerrado en una jaula.
Sin embargo la historia invisible no terminará nunca, porque nunca ha tenido un principio y ha medrado, salvaje, en el terreno más peligroso de todos: el de la posibilidad; un espacio donde se levantan y derriban mil torres de Babel en un segundo, y en el que sólo se escucha el estruendo de los edificios al caer.
Por un momento creí que escaparía del paraje de derribo.
Aunque el sonido de la catástrofe a lo lejos, incluso en los días más felices, nunca cesó.
Era como la voz de quien nos conoce mejor y nos dice que ha llegado la hora de volver a casa.
A veces he llorado estos días y he escrito mucho. Esa también soy yo. O debería decir simplemente: esa soy yo; una escritora con tendencia al desequilibrio y una certeza enganchada en el estómago, como un parásito.
Hay encantamientos en todas las vidas.
Por un instante, pensé que me había liberado del mío.
Estaba equivocada.