No pude quedarme a escuchar a Don Winslow ni a James Ellroy, no estuve entre el público de las pistas más iluminadas de BCNEGRA. Cero perturbación, las apariciones estelares se contaron mil veces y se contaron muy bien, así que yo me perdí por los escenarios periféricos del festival y pasé las tardes del miércoles y el jueves camuflada en el inmenso patio de butacas del Conservatori del Liceu. Allí descubrí algunas voces interesantes.
De todas ellas, sin duda, la más peculiar fue la del ruso Andréi Kurkov, exfuncionario de prisiones en Odesa, donde animó a los presos a fundar una banda de música, y autor del atípico Muerte con Pingüino, recientemente publicado por Blackie Books. En su novela, Kurkov cuenta la historia de Viktor, un escritor arruinado que adopta a Misha, un pingüino deprimido y enfermo del corazón. Cuando Viktor consigue un empleo como redactor de necrológicas, se desencadena misteriosamente una serie de muertes de personajes ilustres que le garantizan el trabajo. A través del humor y el escepticismo, Kurkov utiliza la novela negra para retratar la sociedad ucraniana postsoviética y constatar que en algunos países (podríamos decir en todos) donde la corrupción es una parte tácitamente aceptada del sistema, “a veces el único modo de no ser una víctima es convertirse en criminal”.
En su casa atestada de pingüinos que le llegan de los lugares más recónditos del planeta de parte de lectores rendidos a sus pies, el escritor ha empezado una historia nueva en la que las protagonistas serán las abejas que, como los pingüinos, son gregarias por naturaleza, si bien en las tramas de Kurkov esa necesidad de avanzar y “ser” en el grupo a menudo conduce a la tristeza y la desesperación.
Junto a Andréi Kurkov, el británico Ray Celestin, que acaba de publicar en Alianza Negra El blues del hombre muerto, destacó la importancia del escenario a la hora de desarrollar un argumento de género. Por eso él, en esta ocasión, ha escogido para su ficción hiperdocumentada la mezcla de jazz y mafia del Chicago de los años veinte, donde era ilegal el consumo de alcohol (la cuarta industria más importante de Estados Unidos en el momento de su prohibición).
En El blues del hombre muerto se cruzan Al Capone y Louis Armstrong, y la narración avanza con un tono no demasiado taciturno, sino más bien algo ligero, el ideal para compensar la dosis de sangre y horror de los bajos fondos.
Nadie está a salvo
El primer día hizo sol y me compré en La Central de Mallorca, tras la lectura del artículo de Elvira Lindo, la no ficción sobre el asesinato y posterior descuartizamiento de Laëtitia Perrais, Laëtitia o el fin de los hombres. El segundo día no dejó de llover y, acatando una de las verdades fundamentales de toda novela de crímenes, la de que es alrededor de unan buena comida o con una copa entre las manos cuando se revelan los más interesantes secretos, el periodista y escritor Jordi Corominas, la agente literaria Amaiur Fernández y yo nos fuimos a comer al Raval, al lado de Casa Leopoldo, lugar de inspiración para Vázquez Montalbán… aunque nosotros, fieles al espíritu periférico no entramos allí, sino en El Cafetí, ubicado en la misma calle y con un menú de cocina tradicional por solo 12€, que incluía los mejores garbanzos estofados que he probado en mucho tiempo.
Entre el primer plato y el postre (tarta casera de galleta maría), comentamos la fiesta canalla de la noche anterior en la antigua fábrica de cerveza Estrella Damm, donde Norma había presentado BCN Noire , la antología de 23 historietas ambientadas en la Barcelona más oscura en la que han participado, entre guionistas e ilustradores más de 48 artistas liderados por “Raule”, el impulsor de la idea, y en la que los nombres de mujer escasean de forma escandalosa.
Para compensar la ausencia de perspectiva femenina, Amaiur y yo continuamos la tarde escuchando a B. A. Paris, que tras su éxito Al cerrar la puerta acaba de volver a las librerías con Confusión; e Inés Plana, debutante excepcional con Morir no es lo que más duele; ambas acompañadas por el nigeriano Leye Adenle, cuya primera novela, Highlife, publicada por la editorial argentina Metalucida, lo llevó a reflexionar sobre esa idea preconcebida y ya caduca de que hay en el mundo lugares más seguros que otros… nadie está a salvo.
En ningún sitio.