Mis cinco ensayos indispensables de 2023 (y dos ‘bonus track’)

Lo prometido es deuda y los trayectos dan para mucho. Aquí van mis cinco ensayos favoritos de este 2023 que cada vez está más cerca del final. De menor a mayor disfrute, espero que os apetezca echarles un vistazo y, por qué no, perderos entre sus páginas. Yo lo hice y mereció la pena.

5. China, de Michael Wood, en Ático de los Libros. Hace un par de veranos, sin ninguna prisa pero saboreándolo a tope, leí Sueño en el pabellón rojo (el equivalente chino en importancia a nuestro Quijote). Desde entonces, por circunstancias de la vida, mi interés por China ha ido en aumento y, a través de diversas fuentes, la historia del «imperio del centro» me fue rodeando casi casi sin que me diera cuenta. Así que, cuando esta primavera Ático de los Libros —una de las mejores editoriales de ensayo histórico que conozco— publicó este magnífico texto de Michael Wood, que recorre la historia de China desde el principio de los tiempos, no me lo pensé dos veces y me hice con él. Decepción: cero. Leerlo es una maravilla.

4. El espacio de la imaginación, de Ian McEwan, en Anagrama. ¿Debe la escritura ser permeable a la realidad para tomar partido y ponerse a su servicio? ¿Convertirse en un arma que, desde el neblinoso mundo de la ficción y el pensamiento, trate de influir en lo que de verdad ocurre y mueve el mundo? En 1940 George Orwell reflexionó sobre esto en su ensayo El vientre de la ballena y, más de 80 años después, Ian McEwan le toma aquí el relevo. ¿Hay que escribir a la intemperie, dejándose vapulear por el viento y la tormenta, o aislarse para hacerlo en una habitación del pánico? Y todo en muy muy poquitas páginas. Una delicia.

3. Mi padre alemán, de Ricardo Dudda, en Libros del Asteroide. La lectura del finalista del II Premio de No Ficción de Libros del Asteroide fue para mí toda una sorpresa. El recorrido que, con una sencillez y una honestidad encomiables, Dudda hace por la vida de su padre y sus abuelos sirve de excusa para repasar no sólo la historia de Europa en el siglo XX, sino también —y esto es lo que me ha parecido más interesante— su dibujo, el mapa, las fronteras y los muros que, como reptiles, cambian con frecuencia, mucho más de lo que pensamos, porque todo sucede a cámara lenta; el recorrido de las líneas que dan forma a los países y las vidas de quienes los habitan. Aquí, lo que escribí sobre el ensayo cuando lo terminé, relacionándolo con lo que está ocurriendo en Israel y Palestina.

2. Los asesinos de la luna, de David Grann, en Random House. Primera mitad del siglo XX, petróleo, crímenes y una historia insólita, la de la comunidad india de los Osage en Oklahoma. Con una atención particular en los detalles, material gráfico sorprendente y una maestría poco habitual en la crónica, Grann nos relata cómo se cometieron algunos de los primeros asesinatos en serie de la historia de Estados Unidos. El interés del texto, que engancha como el mejor de los thrillers, alcanzó a Martin Scorsese, que lo ha adaptado al cine, convirtiéndolo en una «peliculita» de más de tres horas.

1. Film noir, de María Negroni, en La Marca Editora. Confieso que no sé si la edición es de 2023, pero sí ha sido en este otoño cuando yo lo he descubierto, en la pequeña librería de la filmoteca, en el Doré. Un libro corto y sobrio, que va más allá del cine para repasar los clichés, las vidas y las marcas de estilo de algunos de los personajes imprescindibles en la construcción de ese territorio cada vez más extenso que es el género negro tanto en el cine como en la literatura.

*… y dos bonus track:

No incluyo estos libros en el ranking porque, en el caso del primero, El estrecho puente del arte, de Virginia Woolf, en Páginas de Espuma, aún me quedan algunos ensayos por leer, aunque ya sé que no me decepcionarán (en el enlace del título tenéis lo que escribí cuando tuve la oportunidad de conversar en una comida de prensa con Rafael Accorinti, responsable de la edición); y en el caso del segundo, Japón, el archipiélago de las estaciones, de José Antonio de Ory, en La Línea del Horizonte, ya os he hablado de en numerosas ocasiones de mi interés por Japón y creo que ya sabéis hasta qué punto me parece interesante el enfoque del autor en estas crónicas, que para mí fueron fundamentales a la hora de aprender más sobre el país y documentarme para Las manos tan pequeñas. Tanto es así que creo que he visitado Japón dos veces: cuando volé hasta allí y cuando lo descubrí a través de la mirada nada maniquea y en absoluto tópica de De Ory.

Y esto es todo. Espero que mis lecturas os sean útiles. Eso me hará feliz.

Una caja llena de mariposas gigantes para Virginia Woolf

La cubierta de ‘El estrecho puente del arte’ está inspirada en las cubiertas que Vanessa Bell, hermana de Virginia, diseñó para la editorial de la escritora, Hogarth Press.

Una vez, hace ya mucho tiempo, Darwin explicó la evolución tomando como ejemplo el color de las alas de las mariposas. En su obra eran frecuentes las ilustraciones de mariposas gigantes, con alas de colores que parecían de otro planeta, sobre un papel que con el paso de los siglos, en cada una de las miríadas de ediciones dispersas por el mundo, adoptó el tono y la consistencia del pergamino.

Cuenta Rafael Accorinti que aquellas mariposas fascinaron a Virginia Woolf.

Accorinti, traductor y responsable de la excelente antología de ensayos de la autora del grupo de Bloomsbury El estrecho puente del arte, que acaba de publicar la editorial Páginas de Espuma, atesora la anécdota de las mariposas entre sus favoritas. Ocurrió que Victoria Ocampo, sabedora de la admiración con que Woolf solía contemplar aquellos dibujos, le hizo llegar por correo postal hasta su casa una caja llena de mariposas gigantes; un regalo que la autora de La señora Dalloway valoró hasta el punto de exponerlo en la entrada de su domicilio. Por desgracia, los bombardeos de la guerra destruyeron el exótico presente de Ocampo y hoy no queda ni rastro de aquellas mariposas muertas, si bien cada palabra de los ensayos rescatados por Páginas, cada idea esbozada en los textos traducidos y editados por Accorinti, recuerda la viveza de los colores y el errático pero certero revoloteo de los lepidópteros.

Porque no hay reglas en la obra ensayística de Woolf y es precisamente ese caos formal que caracteriza su discurso el que lo hace no solo irrepetible, sino también eternamente actual, ajeno al corsé del tiempo y el espacio en el que fue escrito.

Tal vez sea esta la razón por la que Virginia Woolf nunca pasará de moda.

Hace ya algunos años, tuve la suerte de participar en el proceso de edición de los diarios de la escritora; un trabajo ingente, liderado por Cristina Pineda desde Tres Hermanas y con la gran Olivia de Miguel a los mandos de la traducción. Aquella tentativa de publicar en español los diarios completos, hoy ya culminada con éxito, me dio la oportunidad de viajar a Nueva York y consultar las notas originales, gráficamente desordenadas, marañas de párrafos, listas y garabatos que a mí me parecieron oráculos.

En El estrecho puente del arte, Woolf se pregunta por la proporción entre lo aprendido y lo literariamente innato en quien escribe, entre la influencia y la voz: ¿qué debemos llevar a nuestro mundo de ficción de los mundos ajenos y qué abandonar al otro lado de ese río imaginario que debemos cruzar si queremos convertirnos en narradores de historias?

Una vez más, leerla resulta imprescindible.

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