
El miércoles libro por fin. Desayuno pasadas las diez y F, que por la noche va a ir a la ópera, me envía algunos fragmentos de Ernani, que yo escucho mientras la lluvia golpea las claraboyas. El día es gris, pero tiene una luz que, quizás por el efecto de la música, suaviza los contornos y eleva el escenario doméstico de la buhardilla a la calidad de literario que yo siempre me empeño en conferirle.
Sentada delante del portátil, con el cursor parpadeando en el centro de la página a medio escribir, observo el pequeño ejército de libretas y rotuladores de colores, la taza de café, los ejemplares de Libre y de Fortuna, que descansan sobre mi perjudicada edición de Todo Marlowe, y me digo a mí misma que la melancolía de esta primavera tardía que parece otoño cederá, y llegaremos a una especie de claro del bosque donde volveremos a entendernos.
La tarde anterior —ya casi la noche— Silvi me habló de nuevo de Al sur de la frontera, al oeste del sol. Su compañía en la Feria y durante el paseo de vuelta a casa fue providencial… apareció sin más y se quedó conmigo durante horas. Supo, sin necesidad de explicación alguna por mi parte, que dentro de mí se rebelaba un grito contra y por todas las cosas, una inquietud salvaje y paradójicamente silenciosa, azuzada por los últimos acontecimientos y también por mi nueva e incipiente realidad.
El jueves por la mañana firmo de verdad el contrato. Han pasado ya algunas semanas desde que alcanzamos el acuerdo, pero la rúbrica le confiere un peso de salto al abismo y alegría inmensa que aún no le había atribuido.
Así es como, en medio de todas las tormentas y rodeada de un montón de afecto, empiezo a trabajar.