“Caballos lentos”

Gary Oldman es Smiley (arriba) y Lamb (abajo)

Tengo no una, ni dos, sino mil cosas que hacer, pero vuelvo de comer pollo al carbón con María y elijo pasar la tarde del domingo viendo un episodio tras otro de Caballos lentos. Llevo muchos días marcándome e incumpliendo sistemáticamente un único propóstico: sentarme delante del ordenador y escribir aquí sobre todo lo bueno que me está pasando. Y ya está bien. Creo que por fin hoy ha llegado el momento.

En VLC Negra 2022, charlando sobre nuevos territorios en la ficción criminal con Antonio Lozano y Virginia Feito

Acaba de cumplirse una semana de mi paso por la décima edición de Valencia Negra, donde Las manos tan pequeñas, contra todo pronóstico —los finalistas eran autores a los que admiro y con cuyas lecturas siempre aprendo—, se llevó el premio a la mejor novela. Tenía previsto publicar una crónica del festival, del cariño con el que me acogieron Santiago, Jordi y Bernardo; de los nombres que visitaron el claustro del Centro del Carmen para charlar sobre su experiencia en la ficción criminal —nunca imaginé que un día comería arroz negro en La Malvarrosa con John Connolly delante de mí, elogiando el Rioja en un español perfecto—; de la simpatía que me encontré en Benetúser, donde, gracias a la librería Somnis de Paper, me esperaba un grupo de gente encantadora en Vins i més para charlar sobre Olivia y Noriko con una cerveza bien fresquita… lo dicho, tenía la intención de publicar una crónica sobre todo esto, pero ganar el premio me hizo pensar que pocas cosas habrían más egocéntricas que describir con detalle un festival en el que al final me premiaban a mí. Es posible que me equivoque, pero yo no acabo de verlo. Eso sí, nunca serán bastantes las gracias por los dos días maravillosos que viví en Valencia, mi propia ciudad, la ciudad de mi familia y de mis amigos más antiguos en el tiempo. Todos ellos han compartido conmigo esta alegría, que no tiene precio y de la que nunca me olvidaré.

En La Malvarrosa. Foto de grupo para inmortalizar dos días inolvidables.

Después regresé a Madrid y, casi sin tregua, visité la nueva Machado de las Salesas para charlar con J. D. Barker sobre El último juego, y al volver a casa paseando esa tarde de martes, cuando ya empezaba muy lentamente a oscurecer, me acordé por primera vez durante esta semana que termina de Mick Herron y sus Caballos lentos.

Meses atrás, en Barcelona Negra y gracias a Anik, tuve la oportunidad de conocer a Mick y compartir con él una agradable cena en la terraza de Els Pescadors, un magnífico restaurante de Poble Nou especializado en pescado fresco. Allí, con una copa de cava de por medio y muy poca vergüenza, recurrí a mi paupérrimo inglés para descubrir que las novelas de Herron sobre la división más incompetente del Servicio de Inteligencia Británico, los “caballos lentos”, se habían adaptado a la televisión —la serie está disponible en Apple TV— con un reparto de lujo en el que destacaban dos nombres: el de Kristin Scott Thomas en el papel de Diana Taberner; y el de Gary Oldman, que años atrás ya se había puesto en la piel del Smiley de Le Carré, en el del escatológico Jackson Lamb, un escéptico espía de la vieja escuela, ya de vuelta de todo y con un agujero en el calcetín, aparentemente harto del mundo y sin demasiadas ganas de dar un palo al agua… pero sólo aparentemente.

Así que ese fue mi autorregalo por la conquista del premio: en cuanto llegué a la buhardilla, me di de alta en la plataforma y empecé a ver la serie, que he terminado hoy con esa pena tan característica que nos produce despedirnos de una ficción que nos gusta y que de verdad nos aísla del mundo. Por eso llevo unas horas pensando en Lamb y en lo que comparto con él: a los dos nos «atormenta» un secreto… ¿pero a quién no?

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