J. M. Guelbenzu: “Uno debe leer a sus contemporáneos. Hay que leerlos sin olvidar ese referente cualitativo que marcan las obras supervivientes al paso de los siglos”

*En el otoño de 2012, tuve la suerte de entrevistar a Guelbenzu para Revista de Letras. A lo largo de estos años me he acordado muchas veces de algunas cosas que me dijo en esa conversación, toda una lección de literatura. Hoy, un día después de su muerte, el recuerdo de aquella charla ha ganado fuerza y me apetecía mucho compartirla con vosotros.

Octubre de 2012. Cafetería Miau (ya desaparecida), en la esquina de la calle del Príncipe con la plaza de Santa Ana.

Guelbenzu sonríe con frecuencia delante del café que se ha pedido en el Miau. Ha llegado el último, así que, cuando me encuentra, yo ya llevo un rato mirando por la ventana enorme junto a la que se sitúa nuestra mesa, entretenida con el tránsito más bien escaso de la calle del Príncipe, a esas horas tempranas de un lunes por la mañana.

Empezó a escribir en serio a los 22 años, ha trabajado en algunas de las editoriales españolas más importantes, ha sido profesor en la Escuela de Letras, es crítico literario y coordinador de numerosas antologías, y entre sus favoritos hay algunos de los míos, como Chandler, Hammett o Sjöwall y Wahlöö, creadores de Rosanna. Así que, al saludarnos, pienso que tengo delante de mí a un hombre que ha dedicado cerca de medio siglo exclusivamente a la literatura. Por eso no me resisto a preguntarle cómo la ve, cuál es su veredicto sobre la narrativa actual y los escritores más jóvenes de nuestro país. Me cuenta que percibe “un serio aumento en la tradición de la novela”.

España era un país de novelistas sueltos, pero ahora ha surgido un grupo de autores de tipo medio que garantiza la continuidad. Antes no lo había”. Sin embargo, reconoce que no lee demasiada novela española, porque está en una edad en la que ya solo se permite leer cosas muy buenas, como los clásicos.

Ante esa elección, retomo las palabras de algunos de mis colegas libreros, que insisten en la conveniencia de leer únicamente autores muertos, pero Guelbenzu no está de acuerdo: “Uno debe leer a sus contemporáneos. Los escritores vivos escriben para su gente y hay que leerlos, sin olvidar ese referente cualitativo que marcan las obras supervivientes al paso de los siglos”.

Estoy de acuerdo y lo comparto con él antes de advertirle que vamos a adentrarnos en las preguntas centradas en su último trabajo.

Es un hombre amable, de gestos pausados y barba blanca, que se alegra con una modestia auténtica cuando le digo que me ha gustado su novela. Muerte en primera clase, recientemente publicada por Destino, es la sexta entrega de la serie protagonizada por la juez de instrucción Mariana de Marco, que arrancó en 2001 con No acosen al asesino.

Escribo novela policiaca por el personaje. No era esa mi intención inicial, pero cuando terminé la primera -no habí­a prevista una segunda-, me di cuenta de que no podí­a dejar a Mariana, porque aún tení­a muchas cosas que decir”.

El proceso creativo

“Muchas veces, por mi casa, me han pillado hablando solo por el pasillo. Es un ejercicio de calentamiento”. Eso es lo que me responde cuando me intereso por cómo trabaja los diálogos, cuya presencia en Muerte en primera clase es fundamental. “Cuando el personaje habla, el lector debe intuir lo que hay detrás… es como cuando un amigo nos enseña las fotos de su viaje y elige sólo las más bonitas”.

Comparaciones como esta hacen que me resulte muy interesante el proceso creativo de Guelbenzu, la mecánica mental que aplica a la hora de sentarse a redactar. Considera que la inspiración es una broma pesada y que la escritura, más allá de la indispensable sensibilidad del autor, es una cuestión de disciplina. Me dice: “Escribo como quien se adentra en un territorio desconocido con un mapa y una brújula”.

Y tiene una regla de oro: “Para mí­ es igual de real mi familia que la del personaje, pero son mundos paralelos, que no deben tocarse jamás”.

Y es que a Guelbenzu le gusta el género, más el polici­aco que el negro, cree en él, pero sobre todo le gusta Mariana de Marco. En esta ocasión, el juego de pistas de la intriga, que se desarrolla en el espacio cerrado de un crucero de lujo por el Nilo, le sirve como excusa para desarrollar el tema principal de la historia:

“Con Muerte en primera clase lo que pretendo es profundizar en cómo es la amistad entre las mujeres, sin duda muy distinta a la amistad entre los hombres. Ellas son más confiadas, más abiertas. Los hombres siempre se guardan muchas cosas por muy fuerte que sea la relación que mantienen con el otro, pero las mujeres comparten más y permiten a la amiga que se adentre sin obstáculos en sus zonas de inquietud o de vergüenza. Eso es lo que querí­a captar”.

Es un hecho: yo soy una mujer y lo que afirma no lo tengo tan claro. Se lo digo y vuelve a reí­r sin desdecirse de su opinión. Él es un escritor que ha observado mucho a las mujeres y está convencido de que, después de un largo proceso de análisis y trabajo duro, las conoce muy bien y es capaz de crear caracteres femeninos “desde dentro”; aunque lo que me resulta más curioso es la abstracción en la que se inspira:

Nunca jamás me he apoyado en personajes reales para crear los míos en la ficción. Es imposible sacar un personaje de la nada, pero yo, antes de verlo fí­sicamente, lo veo moral y sentimentalmente. El fí­sico lo compongo como si fuera el Doctor Frankenstein, de retazos”.

Más allá de la definición del perfil, cuando se sienta a escribir deja un margen para que le sorprendan, “porque el personaje puede sorprender al propio autor. Antes de empezar, y más en una novela como esta, conozco la trama, pero no sé qué le va a pasar al personaje”, cómo va a alcanzar esos puntos preestablecidos.

Mis diez lecturas indispensables de 2024

Me dispongo a cumplir con lo que para mí ya se está convirtiendo en tradición: compartir con vosotros mis diez lecturas favoritas de 2024 —no necesariamente publicadas en este año— Lo hice en 2022 y también en 2023, así que allá vamos. Es importante señalar que esta vez incluyo en una sola lista ficción y ensayo, y también mencionar un título que, aunque dejo fuera porque lo que he hecho ha sido releerlo, me parece importante destacar. Se trata de El largo adiós, de Raymond Chandler, una obra maestra, cuya relectura me ha hecho valorar por contraste la calidad de la ficción criminal actual —esto da para un debate largo que espero poder compartir por aquí y que hemos abordado ya en El Laboratorio del Crimen.

Pero vamos allá. Con mi favorito al final, aquí están los diez que más he disfrutado este año:

10. La mujer fugitiva, de Alicia Giménez Bartlett, en Destino. La entrega número 13 de las intrigas de Petra Delicado es sin duda una de las mejores de esta serie literaria. Junto a las novelas protagonizadas por el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, la obra de Giménez Bartlett lidera la historia del género negro español. En esta ocasión, Petra y Fermín, su mano derecha, siguen el rastro de una misteriosa mujer relacionada con un crimen cometido en una foodtruck. Una prueba flagrante de cómo la buena literatura policiaca es mucho más que el relato de un crimen.

9. La península de las casas vacías, de David Uclés, en Siruela; un libro atípico y extraordinario, que utiliza el realismo mágico para adentrarse en los años de la Guerra Civil desde un curioso escenario, el pueblo de imaginario de Jándula. La península de las casas vacías es sin duda una excepción dentro de un nicho creativo muy agostado, el del conflicto bélico. Es diferente en su modo de narrarlo, literaria, maravillosa, y el autor, sorprendentemente joven para el nivel del texto que ha escrito, tiene una voz que ha llegado para quedarse.

8. El volumen del tiempo I, de Solvej Balle, en Anagrama. Esta curiosísima novela de la danesa Solvej Balle la primera de un proyecto de siete, utiliza la ciencia ficción —una mujer queda atrapada en un mismo día, que se repite una y otra vez— para reflexionar sobre la mella de los pequeños detalles y acciones de la vida cotidiana con una asombrosa lucidez.

7. Brazilian Psycho, de Joe Thomas, en Salamandra. La ambición de Brazilian Psycho, que por lo arriesgada podría resultar fallida, se cumple con creces. Nos encontramos ante una novela que cuenta un país entero a partir de una sorprendente estructura y un elenco integrado por decenas de personajes; voces que se mezclan para construir en paralelo el relato de una serie de crímenes salvajes y una historia de corrupción real. De Lula a Bolsonaro, de la favela Paraisópolis al próspero Morumbi, de la escena de un crimen en el parque a los despachos en las plantas más altas de los edificios donde se alojan las grandes corporaciones internacionales que mueven los hilos… un viaje sinuoso, porque la forma del texto cambia sin darnos respiro, e inolvidable, capaz de captar a la vez belleza y desesperación.

6. El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, en Ediciones B. Vi la serie primero, lo confieso, y solo sirvió para estimular mi curiosidad por el libro que abre la trilogía. Me lo compré una mañana de verano, tempranísimo, en La Casa del Libro de Gran Vía, que acababa de abrir (en la librería en ese momento no lo teníamos y tenía tantas ganas de leerlo que no esperé, ejemplo fatal); y no me decepcionó. El derroche de imaginación de Cixin Liu es un homenaje a la literatura como fuente de asombro y disfrute, mucho más allá de las fronteras que erróneamente le imponemos a la ciencia ficción. ¿Qué pasaría si una civilización extraterrestre anunciara su llegada a la tierra, expulsada de su planeta por lo caótico de su galaxia? No cuento más.

5. Sopa de miso, de Ryu Murakami, en Malas Tierras. Duro, adictivo y con el brillo del neón, como la acertadísima cubierta de esta recuperación de Malas Tierras. Escrita a finales de los noventa e inicialmente publicada por entregas en la prensa japonesa, Sopa de miso es, sin más, una gran novela, que alterna la agresividad del thriller con un afilado tono poético y no se conforma con el relato, sino que lo utiliza para retratar con pericia el Japón contemporáneo, todavía lastrado por su historia común con los Estados Unidos. Cruento, deslumbrante e imperdible: un joven guía turístico de los barrios más canallas de Tokio, sospecha que su cliente, que noche tras noche contrata sus servicios, es un asesino en serie…

4. Los escorpiones, de Sara Barquinero, en Lumen. Me arrepiento de no haberlo leído antes. Este libro larguísimo, que empieza con el plantón que le da a una de sus protagonistas su match de Tinder y utiliza la anécdota para sumergirnos en un inframundo que gira alrededor de la música y el suicidio, es una novela de novelas y me mantuvo en vilo hasta el final. Al revés de lo que he leído en algunas críticas, me pareció el resultado de un gran esfuerzo literario carente de impostura. Creo que Sara Barquinero ha conseguido con su novela lo que muchos no pasan de pretender.

3. La escritura como un cuchillo, de Annie Ernaux, en Cabaret Voltaire. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con un ensayo sobre literatura y sobre cómo y por qué escribir. Anteriores a la concesión del Nobel, los correos electrónicos que Annie Ernaux aceptó intercambiar con Frédéric-Yves Jeannet durante aproximadamente un año, para profundizar en las luces y las sombras de su escritura son un tesoro. La literatura entendida como exploración pero también, según el grado de inmediatez de la escritura y su capacidad de registro, como gozo, o la importancia del origen de la voz que cuenta para dignificar el objeto del relato… todos los temas de esta correspondencia son interesantes y abordados desde la honestidad y no desde la pedantería o la distancia en las que resulta tan tentador atrincherarse cuando ya se ha alcanzado el éxito.

2. Los guapos, de Esther García Llovet, en Anagrama. Sin duda, LO MEJOR de su autora, una voz diferente dentro del panorama español más actual, con una capacidad de mirar el mundo desde un lugar desconocido, lleno de humor y ternura, y de la fugacidad de las estrellas. Una mañana, en un camping del Saler, en Valencia, amanecen con unos extraños y ochenteros crop circles en los arrozales vecinos. A partir de esta insólita premisa, García Llovet nos cuenta una historia breve y precisa, que se construye a través de los perfiles inolvidables de sus personajes.

1. El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza, en Random. Premio Pulitzer de Memorias 2024: La crónica de los últimos años y el asesinato de Liliana Rivera Garza contada por su hermana, que asume el doble papel de autora y víctima colateral de la violencia machista. Un testimonio imprescindible, tanto por su valor literario como por el que tiene de denuncia y ejercicio de reconstrucción de la personalidad y la vida de Liliana a partir de las pequeñas cosas y los amigos que la acompañaron y han permanecido después de ella. El invencible verano de Liliana me emocionó e interesó a partes iguales porque, sin renunciar al componente del afecto (de hecho, más bien enfrentándose a él como si se tratara de un fantasma al que superar al final del duelo), Rivera Garza trasciende la historia concreta gracias a la forma que tiene de contarla, una exploración literaria muy reveladora, que mezcla registros, puntos de vista y fragmentos de vida, a menudo cristalizados en objetos pequeños y cotidianos.

Mis cinco lecturas favoritas de este invierno

Es sábado por la tarde y en Valencia ha hecho un día de sol. Ya es primavera y esta mañana, siguiendo los sabios consejos de mi hermana, he empezado a leer Blackwater, que no sé si me enganchará, ya lo veremos. Lo que sí tengo claro es cuáles han sido mis lecturas favoritas de este invierno (no todas son novedad, pero ha sido en estos meses cuando han caído en mis manos, es un hecho). De menos a más, las reseño brevemente a continuación.

5. Amistad para adultos, de Nao-Cola Yamazaki, en Shiro Libros. Los tres relatos de este librito brevísimo pero de una belleza excepcional, sobre todo los dos últimos, llegaron a mis manos por recomendación de María Felices, mi compañera en Cervantes y compañía, que conoce mis gustos literarios casi casi mejor que yo. Los cuentos de Nao-Cola Yamazaki abordan las relaciones humanas de nuestro tiempo con una sencillez y una elegancia poco corrientes, miran el mundo y nos sorprenden, hablan de nosotros y, sobre todo, describen Tokio y sus dinámicas sin recurrir a los tópicos ni las sombras.

4. Los reyes de la casa, de Delphine de Vigan, en Anagrama. La incursión en el Thriller de Delphine de Vigan, que me llevé a casa gracias a una de las sesiones del ciclo sobre historia de la novela negra francesa que celebramos mensualmente en la Biblioteca Eugenio Trías, no decepciona, algo que suele suceder cuando autores no habituales del género deciden abrazarlo y caen en la trampa de la condescendencia. Afortunadamente no es el caso. La desaparición de Kimmy, la hija pequeña de una influencer multimillonaria, es el punto de partida de una investigación cuyas causas y consecuencias nos llevan desde el hoy hasta un futuro cercano para invitarnos a reflexionar sobre el valor de la intimidad, el uso que hacemos del progreso y cómo proteger (o no) de la exposición mediática a los más pequeños.

3. La escritura como un cuchillo, de Annie Ernaux, en Cabaret Voltaire. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con un ensayo sobre literatura y sobre cómo y por qué escribir. Anteriores a la concesión del Nobel, los correos electrónicos que Annie Ernaux aceptó intercambiar con Frédéric-Yves Jeannet durante aproximadamente un año, para profundizar en las luces y las sombras de su escritura son un tesoro. La literatura entendida como exploración pero también, según el grado de inmediatez de la escritura y su capacidad de registro, como gozo, o la importancia del origen de la voz que cuenta para dignificar el objeto del relato… todos los temas de esta correspondencia son interesantes y abordados desde la honestidad y no desde la pedantería o la distancia en las que resulta tan tentador atrincherarse cuando ya se ha alcanzado el éxito.

2. La mujer fugitiva, de Alicia Giménez Bartlett, en Destino. Cada vez con más frecuencia se nos olvida que para escribir una buena novela negra no es suficiente con contar la historia de un crimen. Más bien al revés, el crimen debe ser solo el principio. De esta afirmación La mujer fugitiva, la aventura numero trece de Petra Delicado y Fermín Garzón, es un excelente ejemplo. Me explico con más detalle en la reseña publicada en ABC Cultural.

1. Brazilian Psycho, de Joe Thomas, en Salamandra. La ambición de Brazilian Psycho, que por lo arriesgada podría resultar fallida, se cumple con creces. Nos encontramos ante una novela que cuenta un país entero a partir de una sorprendente estructura y un elenco integrado por decenas de personajes; voces que se mezclan para construir en paralelo el relato de una serie de crímenes salvajes y una historia de corrupción real. De Lula a Bolsonaro, de la favela Paraisópolis al próspero Morumbi, de la escena de un crimen en el parque a los despachos en las plantas más altas de los edificios donde se alojan las grandes corporaciones internacionales que mueven los hilos… un viaje sinuoso, porque la forma del texto cambia sin darnos respiro, e inolvidable, capaz de captar a la vez belleza y desesperación.

Lecturas de primavera

Son las ocho y la luz se resiste a abandonar la tarde, y late detrás de los cristales de la librería recreándose en la terraza de enfrente, donde todas las mesas están llenas y la gente parece tan feliz.

A veces tengo ganas de gritar.

Pero no grito.

Simplemente me quedo inmóvil en el taburete que hay junto a la caja y observo el mundo. No escribo una palabra, aunque dentro de mi cabeza se pronuncian todas y me prometo atesorar algunas en la memoria para anotarlas más tarde y no perder la fuerza de mis mejores ideas. Pero nunca lo hago y el pensamiento, caótico, inconexo, más rápido que la conciencia en sus asociaciones, se desvanece. Y es en todo lo no dicho donde reside la verdad.

De mis lecturas recientes conservo retazos que voy encajando como piezas de un puzle largo tiempo perdidas en el transcurso de mi cotidianidad. En Desmorir, de Anne Boyer, leo que, de la misma manera en que la edad y la enfermedad merman nuestras capacidades físicas, también merman el alma y amputan de lo invisible fragmentos diminutos que ya no vuelven más. El alma también muere despacio, un poco cada día —me digo—, se extingue con el dolor y se divide de forma irremediable cuando nos alejamos de aquellos con quienes la hemos compartido: se trata de ese ser en los otros que tanto me atormenta; en la evidencia de que crecemos en los demás como parásitos; algo que Vesta, la protagonista de La muerte en sus manos, de Ottessa Moshfegh, aprende por la fuerza. Es un héroe quien, apartado del mundo, conserva la cordura.

Pero nada es tan grave.

Cuando por fin me siento delante de la pantalla y me pongo con estas líneas me encuentro mejor. Desenredar por escrito mi maraña mental siempre me ha ayudado a identificar y valorar lo extraordinario, difícil de cribar sin apartarse un poco de la vida real.

Leo también lo nuevo de Rosa Ribas, Los buenos hijos, excepcional, y me sorprende la habilidad de la autora para, en una novela plagada de misterios delictivos, concentrarse en la intriga y el suspense que rodea una intimidad familiar “casi” sin crímenes, cercana, salvo por una importante excepción que no desvelaré aquí, a la que por fortuna nos ha tocado en suerte a la mayoría. Ribas, con este planteamiento, nos permite mirar de un modo muy distinto lo que entendemos por “normalidad” y la revaloriza, porque siempre hay una trama, por gris que nos parezca el paraje que nos toca atravesar.

Esta afirmación me lleva al último de mis descubrimientos, una auténtica joya: Tándem, de María Barbal, la novela ganadora de la edición más reciente del Premio Josep Pla; una historia que se desliza por el pequeño universo de un hombre y una mujer ya jubildados, que se conocen en las clases de yoga del centro cívico de su barrio en Barcelona, e inician una relación que los obligará a hacer balance de su mundo. Tándem habla del miedo, que con tanta frecuencia nos paraliza, y de la autocondena del tiempo.

Cuando la termino, me repito a mí misma que nunca debería ser demasiado tarde.

Mis lecturas favoritas de 2019

A falta de enfrentarme a un texto que resuma mi 2019 en lo personal, he aquí mi lista de mejores lecturas del año, de más a menos. No todas son novedades. No todas son novelas negras, pero todas comparten una cosa: me han dicho algo nuevo o me han hecho mirar lo que ya conocía de manera diferente.

Si os atrevéis con alguna o ya lo habéis hecho, espero que me contéis.

1. Compartido: La exposición, de Nathalie Léger (Acantilado) y Las madres no, de Katixa Agirre (Tránsito).

2. Y eso fue lo que pasó, de Natalia Ginzburg (Acantilado).

3. La edad del desconsuelo, de Jane Smiley (Sexto Piso).

4. Cuerpo feliz, de Dacia Maraini (Altamarea).

5. Los crimenes de Alicia, de Guillermo Martínez (Destino).

6. Sánchez, de Esther García Llovet (Anagrama).

7. La luz azul de Yokohama, de Nicolás Obregón (Salamandra).

8. Mi año de descanso y relajación, De Ottessa Moshfegh (Alfaguara).

9. El último barco, de Domingo Villar (Siruela).

10. Invierno, de Elvira Valgañón (Pepitas de Calabaza).

Y aparte de estos diez y sin atreverme mucho con mi propio criterio, porque la poesía no es mi terreno, un par de poemarios que me han erizado la piel…

… Y un libro de cuentos para peques sobre un montón de mujeres valientes.

Feliz Navidad.

Que ustedes lo lean bien.