Los libros de ‘La ventana del verano’ 2024

Creo que una de las mejores cosas del verano, para mí, es volver a la radio. Desde el pasado lunes 15 de julio y hasta ayer, lunes 26 de agosto, de 18:00 a 19:00 horas, nos hemos encontrado dentro de La Ventana de los Libros, la hora que La Ventana del Verano, en la SER, dedica a la literatura. En este post, incluyo las lecturas recomendadas semana a semana y el enlace a algunos audios. Si os hacéis con alguna y queréis decirme qué os ha parecido, espero vuestros comentarios por aquí.

Disfrutadlas mucho.

—Camila CAÑEQUE. La última frase. La uña rota: el editor del libro póstumo de Camila Cañeque nos acompañó durante el programa. AQUí podéis escuchar el audio.

—Hideo YOKOYAMA. La luz del norte. Salamandra: Yokoyama, uno de los escritores japoneses vivos más populares y prestigiosos a la vez, es autor de la emblemática Seis Cuatro, pero en este nuevo título cambia por completo de registro y nos cuenta lo que es casi una fábula. Un arquitecto mediocre recibe por parte de una familia un curioso encargo: que construya la casa en la que a él le hubiera gustado vivir. Él acepta y la casa inmediatamente se vuelve famosa y lo vuelve famoso a él, pero al mismo tiempo la familia que se la había encargado desaparece sin dejar rastro.

—Siri HUSTVEDT. El mundo deslumbrante. Seix Barral: esta novela, una de las más importantes en la bibliografía de Hustvedt, llevaba casi una década descatalogada y por fin este año la ha recuperado Seix Barral. Cuenta la historia de Harriet Burden, una controvertida artista que, en su juventud y para denunciar el machismo imperante también en el mundo del arte, presenta su obra adjudicándosela a tres artistas masculinos. La novela no solo es magnífica por la trama, sino también por el profundo conocimiento de Hustvedt del mundo del arte. Sus reflexiones son muy valiosas.

—Annie ERNAUX. La escritura como un cuchillo. Cabaret Voltaire: este ensayo sobre la forma que tiene Ernaux de entender la escritura es el resultado del intercambio de correos electrónicos entre la autora y el periodista y también escritor Frédéric-Yves Jeannet. La correspondencia es fresca, nada densa y aporta un buen puñado de reflexiones interesantes acerca de la literatura, su esencia y su utilidad, sobre el hecho de la necesidad de la ficción y las historias. Es maravilloso.

Escucha el podcast AQUÍ.

—Cristina RIVERA GARZA. El invencible verano de Liliana. Random House. Premio Pulitzer de Memorias 2024: La crónica de los últimos años y el asesinato de Liliana Rivera Garza contada por su hermana, que asume el doble papel de autora y víctima colateral de la violencia machista. Un testimonio imprescindible, tanto por su valor literario como por el que tiene de denuncia y ejercicio de reconstrucción de la personalidad y la vida de Liliana a partir de las pequeñas cosas y los amigos que la acompañaron y han permanecido después de ella.

—Francis ILES. Sospecha. Who: la recuperación de este título, fundamental en el suspense más clásico, adaptado por Hitchcock, nos sirve para recomendar el sello editorial, que está haciendo un excelente trabajo rescatando títulos emblemáticos de los años 30, 40 y 50.

—Terry HAYES. El año de la langosta. Planeta: la novela de espías, ahora, se ubica en territorios y conflictos nuevos, y nadie mejor que Terry Hayes y su nueva novela para ilustrarlos y mantenernos bien entretenidos este verano o cuando más lo necesitemos.

—David UCLÉS, La península de las casas vacías. Siruela: un libro atípico y extraordinario, que utiliza el realismo mágico para adentrarse en los años de la Guerra Civil desde un curioso escenario, el pueblo de imaginario de Jándula. La península de las casas vacías es sin duda una excepción dentro de un nicho creativo muy agostado, el del conflicto bélico. Es diferente en su modo de narrarlo, literaria, maravillosa, y el autor, sorprendentemente joven para el nivel del texto que ha escrito, tiene una voz que ha llegado para quedarse.

—Jorge BUSTOS, Casi. Libros del Asteroide: CASI son las siglas del Centro de Acogida San Isidro, el refugio para gente sin hogar más antiguo y grande de España y el epicentro de esta breve crónica que viaja, sin salir del país, a uno de los lugares que la mayoría de nosotros preferimos considerar invisibles, el del sinhogarismo y quienes lo habitan. 

—Javier TRAITÉ y Consuelo SANZ DE BREMOND, El olor en la Edad Media. Ático de los Libros: ¿De verdad en la Edad Media olía tan mal como nos han contado? He aquí un ensayo sorprendentemente ameno y desmitificador, que nos lleva desde el ocaso de Roma hasta el siglo XV siguiendo la curiosa estela de la higiene; uno de los libros de no ficción que más hemos vendido este año en Cervantes y compañía.

—Esther GARCÍA LLOVET, Los guapos. Anagrama: Esther nos visitó en el estudio. Podéis escuchar la entrevista completa sobre Los guapos y muchas otras cosas relacionadas con la literatura pinchando AQUÍ.

—Stephen KING, 22/11/63. Debolsillo: este año se cumplen cincuenta años de la publicación de Carrie, la primera novela del autor, un buen motivo para recomendarlo de nuevo. Capaz de legitimar un género a veces tan poco considerado como el terror y el relato fantástico, una de las mejores muestras de ese logro es 22/11/63, donde el viaje en el tiempo se convierte en la excusa perfecta para uno de los repasos y análisis más interesantes del asesinato de JFK y su contexto, y demuestra que Stephen King es uno de los mejores autores vivos con los que cuenta nuestro panorama literario actual, merecedor incluso del Nobel.

—Alicia GIMÉNEZ BARTLETT, La mujer fugitiva. Destino: la entrega número 13 de las intrigas de Petra Delicado es sin duda una de las mejores de esta serie literaria. Junto a las novelas protagonizadas por el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, la obra de Giménez Bartlett lidera la historia del género negro español. En esta ocasión, Petra y Fermín, su mano derecha, siguen el rastro de una misteriosa mujer relacionada con un crimen cometido en una foodtruck. Una prueba flagrante de cómo la buena literatura policiaca es mucho más que el relato de un crimen.

—J. M. COETZEE, El vigilante de sala. Publicaciones de El Museo Del Prado: relato escrito por el Nobel en el marco del programa de residencia para escritores ‘Escribir el Prado’. Se trata de una brevísima e inquietante historia sobre un vigilante de sala del museo y una misteriosa visitante que se pasa las horas muertas delante de las pinturas De Goya. El texto juega con el punto de vista de los personajes y la importancia del arte como espejo y vehículo de interpretación, no siempre certero, del alma humana. Una pequeña y curiosa joya que el museo nos ofrece traducida y también en su versión original, todo en el mismo volumen.

Escucha el podcast AQUÍ.

—Michael J. SANDEL, Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética. Endebate: un brevísimo ensayo del filósofo estadounidense —Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y autor de Justicia— en el que los dilemas éticos y morales se plantean a partir de la cada vez más factible manipulación de la naturaleza por parte del ser humano: ¿Qué ocurrirá cuado podamos clonar seres humanos? ¿Y qué ocurre ya con la posibilidad de utilizar los avances genéticos para mejorar nuestras capacidades físicas e intelectuales? Brillante, accesible y necesario, porque pone al alcance de todos un tema que de entrada nos puede parecer demasiado técnico.

—Amor TOWLES. Mesa para dos. Salamandra: el 12 de septiembre vuelve a librerías el autor de la aclamada Un caballero en Moscú y lo hace con este excepcional libro de relatos, ideal para descubrir su literatura, si aún no lo hemos hecho, como era mi caso, o regresar a ella, si ya la habíamos disfrutado antes. En la línea de Richard Ford o Jonathan Franzen, Towles convierte al ser humano en un territorio inmenso, alucinante e increíble para explorar.

—Solvej BALLE, Sobre el cálculo del volumen I. Anagrama: también en las próximas semanas sale a la venta esta curiosísima novela de la danesa Solvej Balle, que utiliza la ciencia ficción -una mujer queda atrapada en un mismo día, que se repite una y otra vez- para reflexionar sobre la mella de los pequeños detalles y acciones de la vida cotidiana con una asombrosa lucidez.

El día que conocí a Paul Auster

Abro los ojos antes de que suene la alarma del teléfono y veo como se levanta el lunes gris al otro lado de la ventana. Valencia ha sobrevivido una vez más a la tormenta y la calle del Turia se rebela contra la melancolía favorecida por el clima y nunca duerme del todo. Delante del portal de mis padres, el obrador del Horno Pastelería Dorita permanece con la luz encendida durante la noche entera. No todos empleamos igual las largas horas de la madrugada. Alguien se ocupa en ese tiempo de hacer el pan, las caracolas de chocolate y los merengues. Las empanadillas de tomate y atún. Las tartas de cumpleaños. Desde que tengo uso de razón, Dorita existe y yo me siento más segura cada vez que duermo en casa de mis padres, sabiendo que alguien, muy cerca, permanece alerta; alguien despierto que, en caso de catástrofe o amenaza, nos escuchará si gritamos pidiendo ayuda en la oscuridad.
Aunque la realidad traiciona la expectativa: afortunadamente nunca nos ha pasado nada.
Doy por concluidos mis apuntes costumbristas y remoloneo con el teléfono aplazando el momento de levantarme. Así es como descubro en Instagram un mensaje de A, su manera de hacerme saber que ha llegado sano y salvo al que es ahora su lejano lugar en el mundo: compartir conmigo una bellísima publicación de Sidi Hustvedt sobre cómo es la vida cotidiana tamizada por el tratamiento de cáncer de Paul Auster. Hustvedt se refiere a la situación como «Cancerland» y describe con detalle el encuentro del novelista con una admiradora también enferma en la sala de espera del enésimo hospital. El texto es emocionante y me transporta en un parpadeo a un lugar de mi memoria al que llevaba mil años sin asomarme, aquel en el que atesoro el recuerdo del día que conocí a Paul Auster en la desaparecida Fnac Castellana y no me hice con él ni una sola foto, ni tampoco le pedí que me firmara un ejemplar de Diario de invierno, el libro que vino a presentar.
Sucedió un jueves 23 de febrero de 2012, pocos meses después de la inauguración de la tienda en Nuevos Ministerios y de mi incorporación al equipo de comunicación responsable de la agenda cultural. Aquel día Paul Auster llegó a la ciudad y Anagrama, que todavía era su editorial, eligió nuestro fórum para su encuentro con los lectores madrileños.
Alertados unas semanas antes del gran acontecimiento y poseídos por una especie de fiebre berlanguiana que nos convirtió a todos en el elenco perfecto para una nueva versión de Bienvenido, Mister Marshall, mis compañeros y yo, que era el último mono, nos pusimos a trabajar en los preparativos de lo que llamamos “La noche de Paul Auster” y, temerosos de un posible fallo en la asistencia, empezamos a invitar a diestro y siniestro. Encargamos en cartón pluma reproducciones gigantes de las cubiertas de las novelas de Auster; contratamos traducción simultánea; compramos un jamón (¿cómo no?) y buen vino, blanco y tinto, porque no sabíamos cuál le gustaba más; publicitamos hasta la extenuación que la charla sería retransmitida también en streaming gracias a una gran pantalla ubicada en el hall diáfano de la tienda, para quien se quedara fuera una vez completo el aforo limitado; y, gracias a los excelentes libreros con los que contaba la cadena, llenamos la librería, no sólo con los títulos de Auster, sino también con los de Hustvedt, a quien le dedicamos un par de las cabeceras principales, que flanqueaban el pasillo hasta el espacio destinado para el evento.

Mi recuerdo de lo “oficial” es confuso. Por supuesto, nadie falló y acceder a la sala del directo con el autor de La noche del oráculo se convirtió en una odisea en la que yo interpreté con pasmosa credibilidad el papel de atribulada portera, porque me tocó bregar con la lista de invitados VIP y elegir quién merecía el privilegio de entrar y quién no —a los diez minutos de descorrer la catenaria, mi respuesta se convirtió en un «no» perpetuo, porque allí ya no cabía un alfiler… eso sí, Javi y yo logramos que nuestros padres se sentaran más contentos que unas castañuelas en primera fila y me pregunto si Auster dudó acerca de la identidad de aquellos dos matrimonios tan majos que lo observaban sonrientes y secretamente orgullosos de que sus hijos les hubieran conseguido el mejor sitio.
Nuestros padres también tuvieron el privilegio de asistir a las breves entrevistas que Auster mantuvo con la prensa antes de la presentación, cuando la planta entera de la librería, aún cerrada al público, se parecía mucho a los banquetes todavía sin empezar: la sala vacía e impecable de un hotel que espera con las mesas puestas —en nuestro caso libros gigantes y centenares de ejemplares de Diario de invierno— a que lleguen los invitados y los novios, o el bebé protagonista del bautizo.
Acompañé a Auster en su recorrido desde el ascensor hasta el improvisado set de grabación junto con un periodista de TeleMadrid que iba a ser el primero en entrevistarlo. El autor era alto y llevaba una cazadora grande, de piel negra. Vaqueros también negros. Todo en él —el pelo peinado hacia atrás con grandes entradas, los ojos algo saltones y simultánemaente turbios y limpios, la tez oscura y su forma de conducirse sin prisa pero con seguridad por aquel territorio que no había pisado nunca— se correspondía con lo que yo había imaginado. Él me había contado, a mí y al mundo, un buen puñado de historias destinadas a moldear mi percepción de la realidad que me había tocado vivir, destinadas a despertar mi emoción por la magia del azar sobre lo cotidiano y ver lo luminoso y la oportunidad en el dolor, a la vez insoportable, de la pérdida —en aquel momento aún recordaba a la perfección la trama completa de El libro de las ilusiones, que había terminado en un autobús Valencia-Madrid, con la sensación de que ninguno de los pasajeros que me acompañaba podía adivinar la tormenta que el final de la novela había desatado en mi interior.
En todo eso estaba yo pensando, cuando, de pronto, Auster se detuvo y el séquito completo se detuvo con él, dando un pequeño y brusco frenazo no previsto. Lo hizo a pocos metros de set y del fórum, ante una de las cabeceras con los libros de Hustvedt, donde destacaba la maravillosa Todo cuanto amé.
Auster sonrió y el periodista de TeleMadrid se atrevió a preguntar en un giro imprevisible:
—¿Le gusta la autora?
Entonces Auster, sin mirarlo y rubricando una situación que, no tengo duda, el periodista habría de recordar el resto de su vida, respondió atento todavía a las cubiertas de las novelas de ella:
—No sólo es que me guste, es que además soy muy afortunado, porque se trata de mi mujer.
En este punto se hizo el silencio y el equipo de libreros que salpicaba el perímetro en posición de firmes intercambió miradas de catástrofe y contuvo la risa nerviosa, pero Auster no se inmutó y a los pocos segundos siguió andando y el planeta volvió a girar. El resto de la velada, más allá del overbooking, transcurrió sin incidentes y al ritmo de una interesante selección de jazz.
Vino y jamón se terminaron.
La cola de lectores deseosos de obtener una firma y una foto dio la vuelta a la manzana del edificio. A nadie le importo sufrir el frío de la noche de invierno.
Y cuando todo hubo terminado, cuando todos se fueron y el autor se hubo despedido satisfecho de su enésimo éxito, nosotros nos quedamos para recoger los restos de la fiesta y no apagamos la música, porque siempre bailábamos al final.

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