Tom Hindle y el ‘Asesinato en el lago de Garda’

Tom Hindle estaba trabajando en una historia de crímenes ambientada en un funeral en Yorkshire, cuando decidió irse de vacaciones con su mujer al Lago de Garda, en Italia, muy cerca de Verona, y cambió de idea. La belleza del lugar lo animó, no solo a cambiar el escenario de su ficción en curso, sino también a transformar el funeral en una boda, un gran acierto que cristalizó en Asesinato en el lago de Garda (Ático de los Libros, 2025), una intriga tan sofisticada como opresiva, que planea en círculos concéntricos, al más puro estilo The White Lotus, alrededor del nutrido grupo de invitados a un enlace de la alta sociedad, cuya celebración se verá frustrada a causa, por supuesto, de un asesinato terrible.

En la línea de La lista de invitados, de Lucy Foley, para relatarnos la historia del delito y el descubrimiento del culpable, Hindle no se conforma con un solo punto de vista —a pesar de contar con una voz principal, la de Robin, joven periodista reconvertida en camarera, que enamorada del hermano pequeño del novio se ve de pronto inmersa en un mundo de glamour, lujos y apariencias que no es el suyo—, sino que nos presenta una narración coral, en la que se mezclan las versiones de los inocentes y las de los sospechosos en una combinación poco habitual y muy bienvenida en el relato criminal literario, donde a menudo parece suficiente que el investigador nos lleve de la mano: «Quería que el lector tuviera una imagen completa de lo que estaba ocurriendo y eso no podía ser solo con Robin. Todos mis personajes, además, tienen un papel activo en la intriga central y eso también quería mostrarlo. El lector de este tipo de novelas quiere adelantarse a la conclusión final y ser el primero en resolver el misterio. Para eso, necesita todas las piezas, y eso es algo que Robin, sola y sin ser policía, no podía darle. La mayoría de las novelas de género se conforman con seguir únicamente al detective, pero no es el caso de este libro y eso me divierte bastante. Es una forma de jugar con el lector y potenciar su empatía hacia todos los personajes, incluso hacia el asesino, lo que otorga una mayor complejidad a la novela.

—Sin embargo, eso no implica que renuncie a la estructura de la novela de enigma más clásica. Al contrario, se nutre de ella y el resultado es magnifico. ¿Por qué cree que en el siglo XXI sigue funcionando?

La novela de enigma nos gusta porque es un desafío entre el lector y el autor. De esto vamos a disfrutar siempre, desde los tiempos de Agatha Chirstie, a quien considero un genio, conocedora en profundidad de la naturaleza humana, hasta hoy. Además, la fórmula puede ponerse al día: se puede modernizar la estructura, sobre todo con las redes sociales, tan actuales e inexistentes en el tiempo de Christie. De hecho, una de mis protagonistas es una influencer.

—Junto a ella, un elenco de clase alta que, mientras disfrutaba de la historia, me hizo plantearme por qué nos gusta tanto leer sobre lo que no tenemos.

Yo soy una persona de clase media, pero creo que nos resulta fascinante asomarnos al mundo de la élite; en el Reino Unido, con la monarquía y los lores, más que en ninguna parte. Además, como ocurre en The White Lotus, que usted ha mencionado al principio, Asesinato en el lago de Garda nos muestra a gente con poder a la que un uso torticero del mismo le pasa factura y, observándolos, ajena por completo a ese círculo, está Robin, y el relato es suyo.

—¿Y qué lee alguien que maneja tan bien la fórmula? Recomiéndeme tres clásicos criminales que no me pueda perder.

Eso es difícil, hay muchísimos, pero aquí van mis propuestas: El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, Y no quedo ninguno, de Agatha Christie, y Asesinato en el honjin, de Seishi Yokomizo, donde una luna de miel se vuelve bastante sangrienta.