Diez lecturas indispensables de 2022

Este año no he leído tanto como me gustaría. Han pasado demasiadas cosas, pero, eso sí, lo que he podido leer creo que lo he elegido bien y lo he disfrutado mucho.

A continuación os dejo la lista de los diez libros que se van a quedar conmigo para siempre, porque sé que más tarde o más temprano necesitaré volver a perderme entre sus páginas. De menos a más, aquí tenéis mi lista:

10. Para qué sirve la literatura, de Antoine de Compagnon, en Acantilado; un ensayo breve, lúcido y nada pretencioso, que recoge la lección inaugural de Compagnon en su cátedra en el Collège de France. Normalmente este tipo de textos se me caen de las manos porque, a menudo, nadan en la impostura, pero nos encontramos ante una maravillosa excepción.

9. La familia, de Sara Mesa, en Anagrama. La crítica no ha terminado de ponerse de acuerdo con esta novela, pero yo lo tengo claro. Creo que lo que Sara Mesa hace en La familia —como ya hizo en Un amor— es dificilísimo: detecta el malestar común, ese en el que todos, aunque no lo hayamos sufrido directamente, nos reconocemos; y busca el negativo de conceptos tácitamente concebidos como luminosos. Para mí, con esta nueva historia, se mantiene entre las mejores voces del momento.

8. Caso clínico, de Graeme Macrae Burnet, en Impedimenta. La tercera novela de Macrae Burnet traducida al español es, sin duda, la mejor y se mueve entre el suspense del cine de Hitchcock y la extrañeza de los textos formalmente inquietantes. Os dejo AQUÍ el enlace a la reseña que el pasado mayo publiqué en ABC Cultural a propósito de su lectura.

7. Idaho, de Emily Ruskovich, en Literatura Random House. Idaho contiene todas las flaquezas propias de una ópera prima, pero eso contribuye a hacerla más bella. Se trata del relato de un hecho terrible, paradójicamente, a partir de un lenguaje exquisito y poético, y aborda uno de los temas que más me inquietan: el de las madres que matan a sus hijos, presentes también en las recientes Mía es la venganzaLas madres no, también excepcionales.

6. Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, en Sexto Piso. Este ensayo tiene el enganche de un best seller y nos cuenta una historia tan sorprendente como real: entre 1945 y 1965, Don y Mimi Galvin tienen 12 hijos y 6 terminan diagnosticados de esquizofrenia en una época en que los estudios sobre la enfermedad apenas estaban empezando a ver la luz. Lejos de tratarse de una crónica para lectores especializados en la materia, nos encontramos ante un relato absorbente e impecablemente documentado. Librazo, sin más.

5. Riccardino, de Andrea Camilleri, en Salamandra. El último caso de Salvo Montalbano no fue el último que escribió Camilleri, pero sí el más especial, porque Riccardino no es solo un homenaje al personaje de Montalbano, sino también a la literatura y a la relación entre el autor y sus fabulaciones, a veces fugaces, a veces tan potentes que permanecen junto a él durante décadas y se atreven a sobrevivirle. Clicando AQUÍ podéis ver el documental en el que tuve el honor de participar, explicando junto con gente a la que admiro algunos secretos de la saga literaria y su profundísima huella.

4. Babysitter, de Joyce Carol Oates, en Alfaguara. El último thriller que he leído este año no es un thriller al uso, sino una disección minuciosa del choque entre lo perfecto y lo terrible, y de cómo lo primero siempre está más cerca de lo que pensamos de lo último. Babysitter es el apodo que, a finales de los años 70, la prensa le da a un concienzudo asesino de niños, que se acerca de forma peligrosa al entorno profiláctico de una zona suburbana de clase alta en los Estados Unidos. Carol Oates lleva muchos años mereciéndose el Nobel. Es un hecho.

3. Los abandonos, de Russell Banks, en Sexto Piso. Los abandonos es la mejor novela que he leído este año y Banks, todo un descubrimiento. Si clicáis en el enlace del título, podréis saber más sobre la trama, impecable en forma y contenido, y, como me gustan a mí, llena de sombras e incertidumbre, porque nunca vamos a saber si lo que se nos está contando es verdad. Eso sí, creo que la cubierta engaña. No os dejéis guiar por ella.

2. Los Diarios y cuadernos. 1945 – 1995, de Patricia Highsmith, en Anagrama. Aunque solo sea para ver la evolución de la voz de Highsmith desde los 20 a los 70 años, este libro merece la pena; además ofrece muchas otras cosas: anhelos, vaivenes de la autoestima, descripciones costumbristas y reflexiones profundas y en ocasiones agresivas, sin filtro e impregnadas de la mirada no siempre equilibrada de los genios. Una obra maestra, construida con la lentitud de la erosión lentísima de la naturaleza por una de mis autoras de referencia. Al menos para mí, lectura imperdible.

1. La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia, en Literatura Random House. He escrito mucho sobre La ciudad de los vivos, un libro que perdurará y al que resulta difícil enfrentarse por el peso de sombra que acompaña el suceso que lo protagoniza, pero merece la pena.

Aquí podéis leer el post que publiqué poco después de terminarlo: La ciudad de los vivos.

Y aquí mi artículo en el ABC Cultural.

Si no sabéis que regalaros, esta crónica —y no exagero—, de una forma u otra os marcará.

La mejor literatura posible, curiosamente en la no ficción.

‘La ciudad de los vivos’

«El coronel partía del supuesto de que el hombre es una criatura frágil, y que sólo una ética a prueba de bombas, y una inquebrantable fuerza de voluntad, le impiden a veces sumirse en el desastre.

—Además, lo que tienen a su alrededor no ayuda —agregó.

Se refería a la ciudad».

Hoy terminaré La ciudad de los vivos, una lectura que no se me olvidará. La historia de cómo y por qué, en marzo de 2016, mientras la lluvia amenazaba la ciudad de Roma, Manuel Foffo y Marco Prato acabaron brutalmente con la vida de Luca Varani no es un true crime al uso, sino una obra literaria de calidad excepcional, que entronca directamente con A sangre fría o la más reciente Devoradores de sombras, y ofrece al lector un fresco del horror doméstico tan árido y descarnado, como atractivo gracias a su tremenda oscuridad.

Sin tiempo para escribir un artículo en condiciones, pero con muchas ganas de recomendarlo por aquí, porque creo que merece mucho la pena y ardo en deseos de que alguien cercano se lea el libro para poder comentarlo largo y tendido, dejo a continuación mis reflexiones y notas:

  • «¿Podemos hablar de la resistencia física del mal después de haber sido cometido?». Esta es una de las muchas preguntas que, a lo largo del texto, se formula Lagioia. Nos encontramos ante un relato plagado de interrogantes y, más concretamente, plagado de interrogantes sobre el mal y sobre el horror. Aún a riesgo de simplificar en exceso, los agrupo en un par de cuestiones: ¿El mal se queda? Allí donde ha sucedido algo terrible a manos humanas, ¿prevalece como una masa densa y transparente que podemos intuir y rechazar?; y ¿el mal es capaz de apoderarse de las personas buenas y sumirlas en un estado transitorio de locura? ¿Podría cualquiera de nosotros ser el responsable de una atrocidad semejante a la perpetrada por Foffo y Prato?
  • No hay deriva individual ajena a la deriva del espacio que la acoge. Para Lagioia, la decadencia de Roma, presente en cada una de las mil ratas que infestan la ciudad, no se produce en paralelo a la de los asesinos, sino que alimenta su temeridad y, a la vez, se nutre también de ella. ¿Hay un crimen para cada escenario urbano e histórico? ¿Un tipo de criminal y un tipo de víctima? Si abordamos La ciudad de los vivos desde esta perspectiva, podría justificarse el hecho de que un librero algo irónico la clasificara como literatura de viajes, y la verdad es que la crónica incluye numerosos pasajes descriptivos, a la altura del más exigente flâneur.
  • La identidad como crimen. ¿Ser de una u otra forma nos sitúa a ojos de la opinión pública a la altura de quién nos hace daño y, en cierto modo, lo justifica? ¿Era Luca Varani un chapero? ¿Tenía tendencias homosexuales que había decidido ocultar? A lo largo de la narración, descubrimos cómo la sociedad se apoya en los rasgos que definen la personalidad de los protagonistas de la tragedia -orientación sexual, nivel económico, entorno familiar- para prejuzgarlos y endurecer o suavizar la mirada sobre el hecho delictivo, sobre la muerte violenta, que debería analizarse de forma independiente a la condición de quienes, víctima o verdugos, la protagonizan.
  • «Nosotros no lo sabemos todo, pero Facebook a lo mejor sí». Esto le dice el abogado de Marta Gaia, novia de Luca Varani, a Lagioia. Ni siquiera por nuestros seres queridos deberíamos atrevernos a poner la mano en el fuego. Ellos por nosotros, tampoco. Sin embargo, es curiosa la facilidad con que, sucedido el desastre, nuestras vidas se pueden reconstruir a partir de la red, de nuestro rastro impostado o sincero en los buscadores y las plataformas. ¿Quiénes somos? o, mejor: ¿quiénes somos «realmente»? Vivimos en una época en la que resulta difícil separar la ficción de la realidad.
  • Por último, qué importante es la voz y la forma que elegimos a la hora de (en este caso) reconstruir una historia. Nos encontramos, además de ante un suceso hipnótico por lo que tiene de demoledor, ante un narrador inmejorable; y quizás sea él, el autor, el que consigue que La ciudad de los vivos de el salto de «crónica interesante y adictiva» a «lectura imprescindible».