Entrevista sobre ‘Las manos tan pequeñas’

Mil gracias a Javier Morales por esta entrevista para El asombrario sobre Las manos tan pequeñas, una de las más interesantes que me han hecho. La foto es de Luis Gaspar, el mejor.

Pinchando AQUÍ o sobre la imagen, podéis leerla completa. A continuación, un fragmento:

«Olivia no es un narrador muy fiable. 

De hecho, la novela se dirige a Gonzalo, pero puede que nada de lo que cuenta sea verdad. Yo quería jugar con el concepto de la verdad y, sobre todo, de la verdad en la literatura, que curiosamente nos sirve para sincerarnos. He dicho cosas más sinceras en «Las manos tan pequeñas» que en persona. El obstáculo mayor para un escritor es ser capaz de ser honesto consigo mismo y de contarlo. Creo que esta es mi mejor novela, porque por primera vez he sido honesta conmigo misma».

Dacia Maraini: “Muchas mujeres piensan que su mayor libertad reside en elegir a su verdugo”

El 20 de mayo de 2019, gracias a los editores de Altamarea, Alfonso Zuriaga y Giuseppe Grosso, tuve la oportunidad de entrevistar a Dacia Maraini y charlar con ella, a partir de la lectura de su ensayo Cuerpo feliz (Altamarea 2019), de algunos temas que hoy siguen resultando sorprendentemente actuales. La entrevista nunca se publicó, pero, ahora más que nunca, me sigue pareciendo tremendamente oportuna. Aquí la tenéis completa.

Con Dacia Maraini en la embajada de Italia en Madrid. 20 de mayo de 2019.

Amó a Alberto Moravia y fue amiga de Maria Callas y Pier Paolo Pasolini, con quien colaboró como guionista en Las mil y una noches. Dacia Maraini (Fiesole, 1936) tiene 82 años y subraya el azul de sus ojos inteligentes con una raya también azul. En una época en que las mujeres no lo tenían nada fácil, ella vivió libre y perdió un hijo; una tragedia que proyecta su sombra sobre Cuerpo feliz, su homenaje a una larga e inconclusa batalla por la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres.

Autora de obras de teatro y novelas cuya lectura resulta imprescindible para comprender la literatura italiana del siglo XX, como Los años rotos o La larga vida de Marianna Ucrìa, cuando era una niña se trasladó con su familia a Japón, huyendo del fascismo, y permaneció recluida en un campo de concentración en Nagoya. Allí regresó en los años 80 en busca de su pasado, pero nadie supo decirle dónde había estado ubicado aquel infierno. Quizás esa es una de las razones por las que, a lo largo de nuestro encuentro y de su texto, Maraini hace una y otra vez hincapié en la importancia de la memoria y mira con nostalgia hacia aquel tiempo en el que fue una más y se relacionó con algunos de los nombres más importantes de la cultura contemporánea; “un tiempo en el que los intelectuales se reunían sólo por el placer de estar juntos, sin otro fin, y compartían un sentimiento de comunidad artística que lamentablemente ahora ha desaparecido”.

—Quien se acerque a Un cuerpo feliz esperando un ensayo al uso se va a llevar una sorpresa. 

Sí, porque es un texto mixto, un ensayo híbrido.

—En él escribe: “Te decía que sin imaginación estamos muertos. Es la imaginación la que nos hace entender el dolor de los demás”. Más allá de la reflexión sobre el feminismo, el libro llama la atención por su tono, extremadamente poético, y por la presencia constante de un interlocutor que jamás llegó a existir, el hijo que perdió durante el embarazo. Utiliza una ficción para reflexionar sobre la realidad. ¿Hasta qué punto necesitamos las mentiras?

No es exactamente una mentira, es imaginación. Para mí, imaginar a Perdi, mi niño perdido, era necesario. Al inventar una vida para él en el libro, construyo una realidad literaria que va más allá de lo que ocurrió y me permite desarrollar en la ficción el crecimiento de mi hijo, que no viví.

—Tal y como lo explica, parece que la escritura, al menos en este caso, tuviera para usted un fin terapéutico.

No es más que la forma de crear una relación dialéctica con el dolor de la perdida. La relación con los muertos es muy importante para la memoria, ellos son nuestra memoria, sin embargo nuestra cultura no mira hacia la muerte, no la incluye, y creo que ese es un grave error.

—Esa cultura nuestra es la misma que ha ido cincelando a lo largo de los siglos el rol de la mujer en la sociedad y despojándonos poco a poco de ese “cuerpo feliz”, que no concibe la reproducción sin el deseo.

Sí, y ahí seguimos, en la lucha por recuperarlo, aunque afortunadamente hemos avanzado un poco. Hemos tardado miles de años en lograr unas cuantas conquistas. Con respecto al siglo XIX, hemos alcanzado algunas libertades antes consideradas imposibles. Pensemos, por ejemplo, en Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, el cuento de una mujer inteligente y autónoma a quien se consideraba una niña. Todas las mujeres eran consideradas unas niñas, incluso en la mitología griega. 

Esquilo narra el proceso de los dioses a Orestes, un punto de inflexión en el viraje del matriarcado al patriarcado. Orestes mató a su madre cuando matar a una mujer estaba prohibido porque éramos consideradas el principio de la vida, pero Apolo lo perdonó, porque decidió que el cuerpo femenino, lejos de crear por sí mismo, sólo se limitaba a acoger el semen, único portador de la esencia humana. Así se da la vuelta por completo y se desacraliza el concepto de maternidad. 

Al principio, las grandes religiones prehistóricas se basaban todas en una deidad femenina, pero por desgracia eso cambió.

—Cambió tanto que, como subraya con frecuencia en su ensayo, construimos la realidad con un lenguaje hecho por los hombres; un lenguaje de mirada masculina con el que aprendemos a ver y definir el mundo. 

Sí, un lenguaje misógino.

—¿Y cómo lo cambiamos?

No podemos crear de la noche a la mañana un lenguaje nuevo, pero sí matizarlo, modificarlo. Actualmente existe la polémica sobre la creación de un vocablo en femenino para ciertas palabras que sólo tienen versión masculina: ingeniera, arquitecta, directora…

—¿Le parece necesario aplicar este cambio?

¡Por supuesto que sí! Fíjese: si digo “el hombre es mortal”, pensamos que hombres y mujeres somos mortales; pero si digo “la mujer es mortal”, solo pensamos en las mujeres. En el lenguaje, el masculino es la norma y el femenino es la excepción.

—Lo curioso es que, en esa precisa revisión que Cuerpo feliz hace de las ideas y conceptos fundamentales del feminismo, el tema de la maternidad se aborda desde una perspectiva nada maniquea. Usted escribe en el libro acerca de la pérdida de su bebé: “Había deseado tanto aquel hijo que su pérdida fue una mutilación”. ¿Hasta qué punto una mujer no se siente completa si no es madre?

El contexto cultural fija el valor que se da a la maternidad. La antropóloga Margaret Mead, con sus investigaciones etnográficas de la primera mitad del XX, descubrió que en determinadas poblaciones son los hombres quienes se ocupan del cuidado de los hijos mientras las mujeres trabajan. Así que lo importante no es preguntarse si una mujer sin descendencia se siente completa o no, sino buscar el porqué de esa sensación de vacío: el hecho cultural. Si la cultura establece que ser madre es el único valor profundo de la mujer, las mujeres acabarán por hacer suyo ese sentimiento y se identificarán con la idea de que la mujer que no es madre no existe. 

Esa es la visión de los países monoteístas. Escogimos este camino porque nuestra religión es vertical y se basa en un dios que no tiene a su lado a una mujer; en una teología en la que existe la palabra “madre”, pero no existe la palabra “diosa”. 

—Habla de religión, de mitología y también de 50 sombras de Grey, una novela que para usted no tiene nada de progresista.

Exacto, porque evidencia algo terrible, que muchas mujeres identifican hasta tal punto pasión con dolor, que piensan que su mayor libertad reside en elegir a su verdugo. Muchísimos libros eróticos escritos por mujeres describen solo el placer del dolor.

—¿Hemos aprendido a disfrutar sintiéndonos sometidas?

Sí, lo hemos incorporado a nuestra conciencia y, al mismo tiempo, hemos llegado a sentirnos cómplices de los delitos perpetrados contra nosotras mismas. Esto les ocurre también a los niños. Al fin y al cabo la violencia física es lo de menos. Importa más la estrategia por la que las víctimas llegan a sentirse cómplices. Un niño violado o una mujer maltratada normalmente se sienten culpables y se convierten en los peores enemigos de sí mismos.

—También la opinión pública los culpabiliza.

Desde luego. En algunos países una mujer violada ya no puede encontrar marido y, en nuestra sociedad, aunque no es así, subyace el rechazo. En los juicios por violación, el argumento fundamental de la defensa es que la mujer consintió la relación y la buscó, bien porque llevaba una falda corta, bien porque iba maquillada… y esta es una senda peligrosa.

—Pero no hay que rendirse en la lucha. Usted lo dice en Cuerpo feliz:Es un error pensar que cuando se pierde se deja de tener razón”. 

Mire a Jesucristo, que acabó en la cruz y, sin embargo, logro el triunfo universal de su palabra y se volvió un principio ético. Las mujeres que luchan por el feminismo han sufrido muchas derrotas pero también han logrado la consolidación de un buen puñado de valores. Más tarde o más temprano, siempre llega el momento de la victoria.

“Las manos tan pequeñas”, nominada a mejor novela en Valencia Negra

Portadas de los finalistas

“Las manos tan pequeñas” opta al Premio a la Mejor Novela de la décima edición del festival Valencia Negra, junto con otros cuatro títulos de novelistas que convierten el hecho de estar nominada ya en una victoria.

Además, son los lectores quienes, con su voto, eligen el título ganador. Si quieres participar con el tuyo, puedes hacerlo pinchando AQUÍ.

Ya podéis adelantar la compra de mi nueva novela, ‘Las manos tan pequeñas’

A la venta el 23 de marzo

Presentaciones:

Cervantes y compañía – Madrid – jueves 24 de marzo – 19:30h

Ramon Llull – Valencia – jueves 31 de marzo – 19:00h

Queda muy poco para que Las manos tan pequeñas, mi nueva novela, salga a la venta. Será el próximo 23 de marzo, pero, tanto si vivís en Madrid como si no, ya podéis adelantar la compra en la web de la librería Cervantes y compañía. Todo el que adquiera su ejemplar por este canal se lo llevará con dedicatoria incluida y los 50 primeros recibirán además un pequeño obsequio.

COMPRA TU EJEMPLAR PINCHANDO AQUÍ

Han pasado ya algo más de tres años desde que, al volver de Japón, empecé a trabajar en esta historia sobre el asesinato de Noriko Aya, la bailarina más famosa del mundo; un crimen que lleva a la popular escritora de novela negra Olivia Galván y al diplomático Gonzalo Marcos a recorrer Tokio en busca no solo de la identidad del asesino, sino también en busca de su propia verdad y de todas las sombras que acompañan a Olivia.

No podemos huir de nosotros mismos.

De eso trata también este libro que, sin abandonar el género, es sin duda mi texto más íntimo; una reflexión sobre el deseo y su capacidad para dirigir nuestra voluntad más allá de toda precaución.

Y por ahora paro ya, que no quiero desvelar todas las cartas tan deprisa.

Comparto aquí (¡por fin!) la preciosísima portada.

Seguiremos informando.

23 de marzo, Las manos tan pequeñas. En HarperCollins Noir.

Arantza Portabales: “Vivimos en una sociedad en la que nadie asume públicamente sus culpas”

La escritora Arantza Portabales (San Sebastián, 1973)

Se define como “una señora de provincias que viene de hacer lasaña en la Thermomix” y, mientras me resume brevemente su trayectoria, me alegra que ella inaugure este ciclo de entrevistas veraniegas en primera persona, porque a su sucinta descripción de sí misma, detrás de la palabra “Thermomix”, yo añadiría el adjetivo “extraordinaria”. Y es que Arantza Portabales no puede esconder su excepcionalidad durante demasiado tiempo. Basta con escucharla hablar sobre su nueva novela, La vida secreta de Úrsula Bas, tan solo unos minutos, para darse cuenta de que esta mujer de conversación inteligente y melena larguísima, que compagina su trabajo como interventora con el de escribir historias plagadas de misterio, es todo menos corriente y en su interior esconde uno de esos mundos complejísimos en los que conviven en perfecto equilibrio las luces y las sombras, y apetece perderse sin escatimar las horas.

Autora de los libros de narrativa breve A celeste la compré en un rastrillo (2015) e Historias De Mentes (2020), Portabales vio como su carrera, salpicada de premios y reconocimientos, se consolidaba cuando la editora María Fasce se la llevó a Lumen para publicar la traducción del gallego al castellano de Deje su mensaje después de la señal (2018), una novela coral, protagonizada por cuatro mujeres enganchadas a un contestador automático. Después llegó el noir y la puesta en órbita, con Belleza roja (2021), de dos personajes muy atractivos y nada maniqueos: el comisario Santi Abad y la joven policía Ana Barroso, ambos también eje central de La vida secreta…, donde tendrán que dar con el paradero de Úrsula Bas, una afamada escritora con amplia presencia en las redes y una vida perfecta, al menos en apariencia, que una tarde se desvanece sin dejar rastro, como un fantasma, en las calles de Santiago de Compostela.

“Vivimos en una sociedad de gente muy sola, que necesita que le hagan caso”, y eso no significa que no tengamos a nadie sentado a nuestro lado en el sofá, significa que a menudo la compañía física no viene de la mano de la compañía espiritual, lo que equivale a un buen puñado de almas solas y vulnerables, muy fáciles de atrapar por aquellos que solo pretenden hacer daño.

LA CRISIS, LA ADRENALINA Y EL MIEDO

—¿Cómo llegó a la novela policiaca? Llegué leyendo. Descubrí en mis primeras lecturas a Los Hollister y a Agatha Christie y, aparte de su carácter adictivo, me sentí fascinada por unos textos formalmente simples, pero psicológicamente muy complejos. Además, a mí el género negro me sosiega. Después de Deje su mensaje…, necesitaba escribir algo que no me exigiera tanto a nivel emocional, y eso el noir me lo permitía, aunque sólo hasta cierto punto, porque los lectores me han hecho ver que mi voz de autora se reconoce en cualquiera de mis obras, no importa lo que escriba, ya que me encanta y no puedo evitar meterme en la mente de mis personajes y explorarla al máximo. Me gusta más contar desde dentro que desde fuera.

—Al conocer a Úrsula Bas es imposible no pensar en usted, también escritora de éxito. ¿Se identifica con ella? Con ella y con cada uno de mis personajes, aunque a la vez todos tienen un punto universal, que permite que el lector se conmueva y se reconozca en sus perfiles. Úrsula Bas se encuentra en un momento existencial importante, en el que ha decidido que quiere vivir como si fuera a morir mañana; una sensación que hemos experimentado todos, desde la señora que empieza a patinar con 45 años, porque se encapricha de un patinador, al señor que, con esa misma edad, se compra un Porsche; es un momento en el que nos exigimos sentirnos vivos y que siempre llega al volver la vista atrás y comprobar que el principio del camino queda tan lejos que ya no se ve.

—Una situación emocional que comparten varios protagonistas de La vida secreta… Es que yo creo que vivimos en un constante punto de inflexión, con carácter general y afortunadamente, porque sería terrible que nuestra vida fuera una repetición eterna de cosas que no nos aportan nada. Hay que vivir de verdad, hay mucha gente que camina dormida, pero la pandemia nos ha dejado esto muy claro: nos ha hecho ver que no queremos estar quietos.

—Visto así, hasta le encuentro cierto atractivo a la crisis individual permanente. Sí, si tiene un punto de revulsión. Sin su depresión, Úrsula Bas no se hubiera convertido en escritora y, sin ciertas experiencias clave de mi vida, yo tampoco lo habría hecho. Cuando somos jóvenes, actuamos por impulsos, convencidos de que la sabiduría nos llegará sin esfuerzo en la edad adulta. Sin embargo, conforme vamos envejeciendo, nos damos cuenta que no somos sabios ni tampoco ya capaces de actuar de esa manera impulsiva que tan fácil nos resultaba en la juventud, y esto es terrible. La crisis, la adrenalina y el miedo están para hacernos correr, saltar y seguir vivos.

“EL MALO SOY YO”

—Cuénteme como nacen Abad y Barroso. Cuando escribí Belleza roja, la planifiqué al milímetro y tenía claro que contaría con un único investigador, Santi Abad, que iba a caerme muy mal y sobre el que no iba a descansar el peso de la investigación. Pero, de repente, un día, mientras estaba escribiendo, en el despacho de Abad entró Ana Barroso y descubrí que la necesitaba: era un personaje fresco, dinámico y con ganas, y, por supuesto, imprevisto. Lo que multiplicó mi sorpresa es que, además, iniciaran una relación personal, sobre todo porque Abad es un hombre muy gris, que a mí misma no me gusta y con muchísimos demonios.

—Sí, pero aún así logra que se empatice con él. Es verdad. He conseguido que los lectores conecten y empaticen con quien no se debe.

—Con un policía que, en su vida privada, es un maltratador. Exacto, y eso que, en esta segunda entrega de la serie, Abad ya ha tomado las riendas de su problema y hace algo bien: comprender que la culpa está en él y no en las situaciones que genera; asume la responsabilidad del problema, algo dificilísimo, ya no en el caso de los maltratadores, que también, sino en el del sistema. Vivimos en una sociedad en la que nadie asume públicamente sus culpas… y es en un contexto así donde Abad acepta la suya y dice: “el malo soy yo”. En este sentido, tenemos mucho que aprender de él.

—¿Por qué eligió el maltrato como el pecado de Abad? Primero, porque es un tema que me interesa y, tristemente y dada su actualidad, interesa en general, tanto el maltrato físico como el psicológico; y, segundo, porque buscaba un problema contra el que mi personaje pudiera luchar. La mente es una gran desconocida, para la que no hay normas. Eso sí, no creo en la redención ni por amor ni por bondad.

—Lo que más me sorprende es ese “por amor”. Aunque parezca mentira, siempre hay alguien dispuesto o dispuesta a querer a los malvados… Recuerde la fantástica Tenemos que hablar de Kevin. No se me ocurre mejor ejemplo. Hasta la persona más horrible del mundo tiene alguien que la quiere, por lo general su madre —aclara riendo—. Y luego está lo mucho que nos atrae el mal.

LA DESTRUCCIÓN DE LA TRAMA

—¿Cómo construye las tramas? Sería mejor decir que las destruyo —vuelve a reír—. Me viene la idea a la cabeza a partir de las cosas que me pasan. En el caso de Úrsula B., yo misma he creado algunos vínculos de amistad por Internet y me ha sorprendido la intensidad de las relaciones establecidas a través de las redes y el WhatsApp, algo posible porque la distancia que te permiten estos canales facilita la evolución y la rápida intimidad de las relaciones. Por otro lado, yo quería hablar en esta novela de la crisis existencial. En Belleza roja exploré mucho el tema de la culpa y aquí quería profundizar en el hecho de que alguien a veces se cree feliz y no lo es, y de como ese estado nos anima a imponernos sobre el miedo, como le pasa a Úrsula Bas, y a caminar por la vida sin red.

—Más allá de los temas, yo definiría su forma de narrar como muy honesta, no es de esa clase de novelistas de intriga que llegan a la conclusión de sus misterios como el mago que saca un conejo de la chistera y eso es muy de agradecer. Una premisa fundamental de mi literatura es no mentir al lector y mostrarle la verdad en cada línea, aunque él no sea capaz de verla.

—¿Y qué diferencia su estilo? ¿Qué aporta Arantza Portabales a la novela negra? Creo que las historias están todas contadas, pero cada uno las contamos de forma distinta. Yo las cuento desde dentro, con una voz del siglo XXI, con una voz de mujer y, muy importante, no cuento historias de mujeres, cuento historias de personas. No me muevo muy bien por las geografías físicas, pero lo hago fenomenal por las geografías humanas. Analizo bien los sentimientos, me gusta golpear en la barriga al lector y que, cuando cierre un libro mío, piense cuánto hay de él en esas páginas.

El futuro

La pandemia divide a la humanidad entre observadores y víctimas. Sobre los primeros, pende el miedo constante a cruzar al otro lado y caer enfermo o perder a alguien. Sobre los segundos, se impone el dolor, que siempre trae con él una dramática y prolongada ceguera. En estas circunstancias, pensar en el futuro, imaginar siquiera qué es lo que estamos haciendo mal y qué condicionará el escenario que, aunque ahora nos parezca mentira, tendrá que venir, invariablemente nos hace sentir culpables.

Se clava una punzada en el corazón.

Y yo me despierto de la siesta para recordarme que no he escrito hoy.

Odio este tiempo. Le pertenezco y, a la vez, lo analizo con aversión. Ha sacado lo mejor de las voces anónimas y lo peor del cien por cien de nuestros líderes. Aunque ¿quién sirve para liderar el hundimiento? ¿Quién para comprender que, quizás, la única posibilidad de supervivencia pasa por hundirse primero para salir a flote después? Como en el caso del coche que cae al mar en un accidente: para salvarse y poder nadar hasta la superficie es necesario aguantar en el interior hasta que el vehículo toca fondo y se llena de agua, de lo contrario la presión no dejará abrir ninguna puerta… y moriremos.

Pero yo no sé nada, solo que no he escrito hoy.

Así que tomo decisiones. Detecto a los culpables de este bloqueo que empieza a ser preocupante y solo se suaviza cuando leo; cuando leo, me concentro.

Devoro La noche de plata, de Elia Barceló, y entre sus páginas me olvido de una angustia que poco tiene que ver con el virus y mucho con las mil cosas que, afortunadamente, pueblan mi cotidianidad, tan llena incluso en este semiencierro, sellado con la lluvia y el zumbido de los helicópteros, que nos están trastornando a todos.

Soy afortunada, pero mi vida debe quedarse desnuda, hay que podarla de lo prescindible; vaciarla del ruido, como si se tratara de una pista de audio en el montaje de uno de esos podcast tan de moda. La situación exige ser implacable.

Mis lecturas favoritas de 2019

A falta de enfrentarme a un texto que resuma mi 2019 en lo personal, he aquí mi lista de mejores lecturas del año, de más a menos. No todas son novedades. No todas son novelas negras, pero todas comparten una cosa: me han dicho algo nuevo o me han hecho mirar lo que ya conocía de manera diferente.

Si os atrevéis con alguna o ya lo habéis hecho, espero que me contéis.

1. Compartido: La exposición, de Nathalie Léger (Acantilado) y Las madres no, de Katixa Agirre (Tránsito).

2. Y eso fue lo que pasó, de Natalia Ginzburg (Acantilado).

3. La edad del desconsuelo, de Jane Smiley (Sexto Piso).

4. Cuerpo feliz, de Dacia Maraini (Altamarea).

5. Los crimenes de Alicia, de Guillermo Martínez (Destino).

6. Sánchez, de Esther García Llovet (Anagrama).

7. La luz azul de Yokohama, de Nicolás Obregón (Salamandra).

8. Mi año de descanso y relajación, De Ottessa Moshfegh (Alfaguara).

9. El último barco, de Domingo Villar (Siruela).

10. Invierno, de Elvira Valgañón (Pepitas de Calabaza).

Y aparte de estos diez y sin atreverme mucho con mi propio criterio, porque la poesía no es mi terreno, un par de poemarios que me han erizado la piel…

… Y un libro de cuentos para peques sobre un montón de mujeres valientes.

Feliz Navidad.

Que ustedes lo lean bien.

En febrero, #EllasEscribenNegra

Estoy muy contenta de participar en las actividades que organiza el Foro One Monedero.

El próximo 22 de febrero a las 20hs charlaremos sobre lo que hay de atractivo en un crimen; sobre los fantasmas y las pulsiones habitualmente reprimidas, que despiertan las páginas de sucesos y la ficción criminal en quienes las escriben y en el lector.

A partir de mis lecturas y mi propia experiencia como autora, en el encuentro realizaremos un recorrido por la obra, las filias y las fobias de las grandes damas del crimen y sus personajes más emblemáticos. El Poirot de Agatha Christie o el Ripley de Patricia Highsmith se darán cita en este coloquio que tiene la intención de repasar la vida, la literatura y la atracción por la sangre fría de algunas de las mujeres más interesantes de los dos últimos siglos.

Así que allí os espero. Si os apetece, sólo tenéis que inscribiros.